Acababa de salir a cubierta a encenderse la cachimba y, de pronto, un golpe de mar lo deja en mitad del océano. Rafael Florimpo (como lo conocían en su Agaete natal por llevar siempre una flor en la solapa de su chaqueta) no tuvo tiempo de pedir auxilio y ninguno de sus marineros se percató de la caída. Enseguida supo que necesitaría un milagro para salir de aquella inmensidad. Era patrón de un barco de cabotaje que cubría la ruta Gran Canaria-La Palma transportando sacos de carbón. Hacía solo unos minutos había dejado en el puente de mando a su hijo mayor; sabía que tardaría en echarlo de menos. Era la víspera de Reyes y tenía previsto llegar a puerto antes del anochecer, a tiempo para colocar las almendras garapiñadas junto a los zapatos de sus hijos más pequeños. Mientras veía el barco alejarse se encomendó a su dios; le recordaba que tenía esposa y nueve hijos y que el décimo estaba en camino. Le rogó que fuera misericordioso y no permitiera que sus pichones vivieran asociando la noche de Reyes con el día en que desapareció su padre. Sabía nadar bien, pero el mar comenzaba a volverse bravo y a tomar el color de esas nubes negras que se posaban sobre él. Pasaron casi tres horas, pero, justo cuando las fuerzas le flaqueaban y su ánimo se rendía, divisó su barco. Agradecido, hizo la promesa de ponerle a su próximo hijo el nombre del santo correspondiente al cinco de enero.
Nació en primavera. Fue niña y, como había prometido, la bautizó con dos de los nombres que aparecían en su almanaque santoral para aquel día: Telesfora Amelia. Transcurridos los años, los funcionarios de la comisaría donde Amelia acudía a renovar el carnet de identidad, le informaban de que, si lo deseaba (se ve que ellos sí), podía prescindir de su primer nombre. Pero ella no iba a permitir que una sola tecla de esos nuevos ordenadores borrara la promesa de su padre. El carbón nunca llegó a los zapatos de ningún niño de la isla de Gran Canaria; a su casa sí llegó el Rey Mago, con la corona mojada y fría, y disfrutó de él por muchos años.
![]() |
Pinteratura de J. Paz |
Acababa de salir a cubierta a encenderse la cachimba y, de pronto, un golpe de mar lo deja en mitad del océano. Rafael Florimpo (como lo conocían en su Agaete natal por llevar siempre una flor en la solapa de su chaqueta) no tuvo tiempo de pedir auxilio y ninguno de sus marineros se percató de la caída. Enseguida supo que necesitaría un milagro para salir de aquella inmensidad. Era patrón de un barco de cabotaje que cubría la ruta Gran Canaria-La Palma transportando sacos de carbón. Hacía solo unos minutos había dejado en el puente de mando a su hijo mayor; sabía que tardaría en echarlo de menos. Era la víspera de Reyes y tenía previsto llegar a puerto antes del anochecer, a tiempo para colocar las almendras garapiñadas junto a los zapatos de sus hijos más pequeños. Mientras veía el barco alejarse se encomendó a su dios; le recordaba que tenía esposa y nueve hijos y que el décimo estaba en camino. Le rogó que fuera misericordioso y no permitiera que sus pichones vivieran asociando la noche de Reyes con el día en que desapareció su padre. Sabía nadar bien, pero el mar comenzaba a volverse bravo y a tomar el color de esas nubes negras que se posaban sobre él. Pasaron casi tres horas, pero, justo cuando las fuerzas le flaqueaban y su ánimo se rendía, divisó su barco. Agradecido, hizo la promesa de ponerle a su próximo hijo el nombre del santo correspondiente al cinco de enero.
Nació en primavera. Fue niña y, como había prometido, la bautizó con dos de los nombres que aparecían en su almanaque santoral para aquel día: Telesfora Amelia. Transcurridos los años, los funcionarios de la comisaría donde Amelia acudía a renovar el carnet de identidad, le informaban de que, si lo deseaba (se ve que ellos sí), podía prescindir de su primer nombre. Pero ella no iba a permitir que una sola tecla de esos nuevos ordenadores borrara la promesa de su padre. El carbón nunca llegó a los zapatos de ningún niño de la isla de Gran Canaria; a su casa sí llegó el Rey Mago, con la corona mojada y fría, y disfrutó de él por muchos años.