sábado, 25 de marzo de 2023

Yucatán, lo amo

 


Me gusta que el canto mañanero del cenzontle tropical en mi patio trasero sea mi nuevo despertador. Me gustan mis nuevos desayunos con piña, mango, mamey, zapote y rambután. Me gusta que la lectura de mi nuevo libro bajo una palapa en la playa de Sisal se vea interrumpida por una banda de flamingos que me sobrevuelan camino a Las Coloradas. Me gusta caminar por ruinas de haciendas henequeneras y descubrir nuevos cenotes escondidos en la selva; camino suavecito para no enojar a ningún alux -¡no me vaya a provocar el mal aire!-. Me gusta tener una tlapalería a la vuelta de la esquina -me gusta el sonido de “tlapalería”-. También me gusta tener cerca una tortillería, y una tienda de abarrotes, y la florería -y percatarme del nuevo juego de sufijos-. Me gusta toparme con un tianguis de comida justo cuando tengo hambre y amo que tenga opciones vegetarianas (quesadillas de flor de calabaza, nopales rellenos de queso y portobello con crema deslactosada, ¡mmm!); ¡Guácala, no me gusta que el mantel de hule esté pegajoso! Me gusta leer en mi hamaca después de comer; no me gusta la comezón de las picaduras de moscos que me atacan mientras leo -leía- plácidamente. Me gusta agarrar el camión para ir a mis clases de zumba en la Plaza de San Sebastián -detesto manejar entre tanto tope y tanto alto-. Amo observar la energía que emana de esa Plaza a la hora en la que cae el sol: la de las jugadoras en su cancha de softbol, la de la banda municipal ensayando sus marchas militares al compás de trompetas y roncos tambores, la de las doñas en coloridos huipiles acudiendo a misa de siete, la nuestra, moviéndonos al son de cumbias de letras irreverentes que escupe nuestra bocina ensordecedora y amo muy especialmente no tener sentido del ridículo cuando me hago bolas con las coreografías. Odio profundamente que me acribillen los moscos mientras escribo este texto, pero me gusta la iguana que viene a visitarme como salida directamente del Cretácico. Me gusta la plática con mis vecinos cuando al anochecer sacan sus sillas a la banqueta para tomar el fresco. No me gusta caminar sobre las banquetas de alturas caprichosas que cada vecino ha construido a su libre albedrío. Me gusta que en mi última ducha del día siempre salga agua tibia de la regadera. ¡Mare!, después de echar la hueva durante meses, he aquí mi primer texto en tierras yucatecas. Y lo sé, no he mencionado el calor: al enemigo mejor ni mentarlo. Ándale, pues.

sábado, 6 de agosto de 2022

Espejo de lluvia

Foto de Maite Pons
Foto de Maite Pons

Ahora no quiere saber nada de charcos, pero de niña no podían gustarle más. Hubo días en que probé a cambiarle las botas de agua por sus Converse negras favoritas para ver si así los esquivaba: cero éxito. Los llamaba “espejos de lluvia” y jugar con la luz para buscar su reflejo en ellos era parte de su ritual. Los “espejos” de otoño, sus predilectos; acomodaba las hojas doradas, anaranjadas o canelas de tal manera que unas veces conseguía un marco ovalado y otras, uno cuadrado. Al finalizarlo esperaba unos segundos a que el agua dejara de hacer ondas y entonces hacía la pregunta: “Espejito, espejito, ¿quién es la más afortunada del lugar?” Sonreía, levantaba la cabeza, me buscaba con su mirada y la oía exclamar bien alto: “¡Qué suerte vivir aquí, mamá!” A mí aquella frase me hacía sonreír, no solo por verla tan feliz sino porque me recordaba a un eslogan publicitario de mi añorada tierra. Ella no parecía añorarla tanto y, de alguna manera, fue quien me enseñó a disfrutar de las ventajas de nuestro nuevo destino. El cambio de estaciones sin duda era una de ellas.

 

Este sábado cumple 15 años. Ya hace un par de años que dejó de construir espejos. Dice que no soporta ver su nueva cara llena de acné reflejada en ellos; lo que más desea en este mundo es dejar de tener mofletes sonrosados y salpicados de granos y lo segundo (o quizás no sea ese el orden) es que le crezcan los pechos de una vez por todas. Me ha llevado dos semanas encontrarle unas Converse idénticas a las que tenía de niña. Hoy por fin las conseguí; además, he consultado el parte meteorológico del fin de semana y anuncian lluvias. El sábado iremos al parque para un desayuno especial de cumpleaños; le daré sus nuevas zapatillas y la animaré a construir un gran espejo ovalado de manera que podamos encontrar el reflejo de las dos. Haremos la pregunta y le recordaré aquello de ¡qué suerte vivir … a tu lado!

sábado, 30 de julio de 2022

El helado

Foto: María Brito

Según tu hija, en esta foto me parezco a un personaje de Edward Hopper. Yo no sé quién es ese Hopper ni esa señora mayor de la foto, pero este helado de tuno indio está buenísimo. Hoy hemos venido a Agaete; me dicen que es el pueblo donde nací, pero para mí que están equivocados. Eso sí, no saben bien lo que les agradezco que me saquen de la residencia y poder ver rostros sin surcos. Ya sabes que les pedí que no me llevaran a ninguna residencia hasta que perdiera la cabeza. ¡Ay, los pobres, han estado años intentando decidir cuándo sería ese momento! Y no fue cuando encontraron las mandarinas en la mesa de noche convertidas en fruta deshidratada, ni cuando les hice reír a carcajadas al ponerme la rebeca por los pies; ni siquiera cuando mi cerebro empezó a elegir de forma aleatoria las palabras que salían de mi boca (las de hoy salen de corrido; debo tener un buen día). Te contaré que durante un buen tiempo estuve repasando parte de la geografía latinoamericana gracias a mujeres que, de la noche a la mañana, empezaron a decidir por mí lo que tenía que comer, la ropa que debía vestir o cuándo podía ir a pasear. ¡Qué martirio! Yo solo deseaba que llegara la noche o el fin de semana para que fuera uno de nuestros hijos quien me acompañara. Pero entonces empecé a confundirlos: a veces creía que el mayor eras tú o que la niña era mi madre. Nuestra casa de siempre empezó a parecerme un lugar ajeno en el que me incomodaba estar. Y llegó el momento. 


Ahora en la residencia me cuidan unas señoritas muy simpáticas; se ve que les caigo bien; les oigo susurrar que tengo el “Alzheimer bueno”. Al parecer hay uno bueno. ¡Qué suerte que me tocara a mí! Siempre me supe afortunada. Desde hace unos días, o quizás sean ya meses, llevan mascarillas, pero yo adivino sus sonrisas en los ojos. Les robo besos aunque me dicen que ahora están prohibidos. Nuestros chicos siguen viniendo cuando les dejan. Hoy me han traído a este puerto maravilloso que parece que me quiere sonar. Lo que más me gusta de estos paseos son los abrazos clandestinos que nos damos. Huelen a ti. De eso no me olvido.


sábado, 20 de abril de 2013

Don't feel like writing! (But I'll get back!)

Foto: María Brito
- Don’t feel like writing lately.
- Don’t write, then.
- But I feel better when I write.
- Then, write!
- You never listen to me, do you?
- Why don’t you write poetry instead?
- You need to feel miserable to write poetry.
- Just find a good photo and write, or take one of yourself.
- Half nude?
- You’d never publish it!
- I would!
- Would you?!
- But I still need a text.
- Get that piece of paper on the night table and write anything.
- Wait, first the pic.
- Mmm... with this photo nobody will care about the text.
- Let me write down this conversation before I forget it; it could be a good start.
- Will you translate it into Spanish?
- As you said, nobody will care about the text.

sábado, 26 de enero de 2013

All Stars y tacones de aguja (reedición)

Foto: niño zapatería china Edición: María Brito
Pasé mi adolescencia en el Madrid de los años ochenta, en esos años en los que muchas mujeres renunciamos a nuestra feminidad. Llevaba el pelo corto y mi armario poco se diferenciaba del de mis hermanos: all stars en verde o azul, petos vaqueros que cada verano adquiría en Casa Ruperto y pulóveres holgados que escondían mis minúsculas curvas de entonces. Mi primer trabajo remunerado lo conseguí poco después de cumplir los quince. Mi patrona era mi nueva vecina Araceli, antítesis de mi imagen: grandes senos, trajes ceñidos y siempre subida a unos tacones de aguja. Marco, su bebé de ocho meses, era mi nueva responsabilidad. Mi horario laboral no entorpecía mis estudios; se limitaba a viernes y sábados y siempre a partir de las nueve de la noche. Araceli trabajaba en una barra americana de la calle Orense, no muy lejos de la Glorieta de Cuatro Caminos donde vivíamos. Aunque no tenía muy claro lo que era una barra americana, enseguida supe que debía ocultar información a mis padres si quería conservar aquel trabajo. Mis servicios de canguro pronto se vieron ampliados por los de asesora de imagen; pese a mi aspecto, Araceli confiaba en mí para elegir el trozo de tela en el que debía embutirse cada noche y nunca se iba de casa sin que antes maquillara su blanca espalda desde el cuello hasta llegar a las tiras de aquellos tangas que yo veía por primera vez. Mi jornada acababa sobre las siete de la mañana, cuando Araceli regresaba a casa, casi siempre acompañada de algún varón y con algunas copas de más. Adormilada, me apresuraba a recordarle que se descalzara y bajara la voz para evitar las ya innumerables quejas de los vecinos; ella no lograba retener esa información más allá de lo que yo tardaba en cruzar el umbral de su puerta. Marco empezaba a dar sus primeros pasos cuando una noche el casero se presentó, destornillador en mano, a cambiar la cerradura de la puerta. Me obligó a recoger las pertenencias de Araceli e irme con las maletas y el bebé a mi casa. La esperé ocho largas horas sin lograr conciliar el sueño. Cuando llegó, y sin tiempo a dar detalles, su nuevo acompañante agarró las maletas, ella cogió al bebé y, dándome las gracias, desaparecieron escalera abajo. Aún sonaba el eco de sus tacones cuando desde mi ventana les vi desaparecer en un Austin blanco.

domingo, 20 de enero de 2013

¡Contalo ya!

Foto: Joe C. Moreno
Llevaba semanas sonriendo. Era entrar por el hospital y regalaba sonrisas a todo el que la miraba. Y no lo hacía solo con los diecisiete músculos alrededor de la boca; ella flexionaba los cuarenta y cuatro de la cara. En el quirófano, incluso con la mascarilla puesta, sabías que sonreía. No era la primera vez que la veíamos así, pero había pasado tanto tiempo que lo habíamos olvidado. Solía argumentar que tenía el suficiente pasado como para saber que era preferible estar sola que estar en compañía por inercia, por miedo a la soledad; sabíamos que hablaba de ella misma y, aun así, alguno de nosotros se daba por aludido.
Llevaba quince días desaparecida; solo sabíamos que había pedido dos semanas sin empleo y sueldo y ayer, por fin, dio señales de vida. Nos invitó a cenar a su casa y tan pronto abrió la puerta lo supimos. El brillo en los ojos la delataba, pero también su risa. Reía echando la cabeza hacia atrás  y su carcajada era contagiosa. Lo novedoso, sin embargo, era su acento marcadamente argentino. Así que no tardé en rogarle: "¡Che, flaca, contalo ya!".
Le conoció por Internet. Llevaban tres meses de intercambio de mensajes lujuriosos cuando hace dos semanas se presentó de sorpresa en su casa. Un tifón de sexo la había dejado con una cistitis aguda -nada que un chute de antibióticos no pudiera solucionar-. Gardel se volvió ayer a Buenos Aires y ella se irá en cuanto le concedan la excedencia que ha solicitado. Porque lo que sí que no le ha dado la madurez es sosiego. Lo de andar con pies de plomo no entra en sus esquemas. Dice que no tiene miedo, que después de tantas caídas ya tiene práctica en levantarse. Así que se nos va otra vez y nosotros ya tenemos destino para las próximas vacaciones.

sábado, 12 de enero de 2013

Verdades confesables


Foto de: Joe C. Moreno
Cuando el silencio de sus paredes le ensordece baja a la avenida, se sienta de espaldas al mar y deja que su sonido y el tiberio de los viandantes le arrullen. Hoy han caído unas gotas y, en esta ciudad, eso significa recogimiento. Observa a los fieles del paseo sin llegar a verlos, metido aún en su abstracción; entonces llega esa frase rota que su cerebro recoge sin que él ponga nada de su lado. Sus labios la repiten en silencio. Solía llevar un pequeño cuaderno donde las apuntaba; ahora saca su iPhone y las guarda en el bloc de notas. Hoy ha seleccionado la de un sexagenario. Apenas unas palabras aisladas y sabe que podría construir el antes, el porqué y hasta el después. De vuelta a casa enciende el ordenador y teclea la frase: "Si te digo la verdad, la cubana no es que fuera una hembra del carajo." A continuación escribe el título: "Verdades confesables". Salen palabras, pero hoy se le antojan ñoñas, repetidas, vacías. Un movimiento de ratón, una tecla y desaparecen todas. Vuelve a empezar. Esta vez les cuenta el proceso. 


sábado, 5 de enero de 2013

Palabras quebradas

Foto: Joe C. Moreno (edición: María Brito)
Puede que se esté perdiendo la maravillosa inmensidad del bosque. Ella no parece echar de menos nada de lo que queda fuera de su campo visual. No necesita alzar la vista. Todo lo que desea ver lo tiene a su alcance. En las últimas semanas su sentido del tacto está tan receptivo que es capaz de ver, oler y oír a través de su piel. Los susurros se enredan en su pelo, recorren su frente, su cara, su cuello. A veces no consigue distinguir las palabras que le acarician; llegan quebradas y algunas, confiesa, las escucha por primera vez; siente las consonantes fricativas vibrar sobre sus hombros y le basta con eso. No precisa de significados, disfruta de los significantes aislados, sentidos, tatuados. Intenta relajar los músculos del rostro, pero la sonrisa se le dibuja sin pretenderlo. Su hoy le trae esta brisa con aroma a tierra mojada y su piel desnuda no está dispuesta a dejarla pasar.  "Continue whispering".

domingo, 16 de diciembre de 2012

Primeras impresiones


Foto: Todd Winters
Le llevó tres semanas darse cuenta de que no era tan sosegado como parecía; dos meses tardó en comprobar que no era tan tolerante como alardeaba; cuatro en notar que los preliminares sexuales le aburrían; pasaron seis meses antes de advertir que criticaba películas que nunca había visto y casi nueve tardó en percatarse de que carecía de sentido del humor. Aun así el día de su primer aniversario se empeñó en sorprenderlo y le citó en el hotel más caro de la ciudad. Se tomó el día libre y se fue a comprar ropa interior para la ocasión. Llegó al hotel una hora antes de la acordada con él, se dio una ducha y se arregló el pelo con esmero; utilizó la loción de cuerpo de siempre –no soportaba los perfumes artificiales- y lo esperó. Recibió dos mensajes advirtiéndole de que se atrasaba por motivos de trabajo. Estaba casi a punto de quedarse dormida cuando oyó que intentaban abrir la puerta; se incorporó, metió vientre y puso su mejor sonrisa. Ahora no es capaz de recordar si le llegó a besar. En su mente solo quedó grabado el hedor a sudor ácido del que ya se había percatado levemente en aquel primer abrazo frente al lago. Le tomó de los hombros y, apartándolo medio metro, le aseguró que acababa de reparar en que no podía más.


sábado, 8 de diciembre de 2012

Preguntas sin hacer


Foto: Emiliano Brito


Ayer tarde encontré esta fotografía en un viejo álbum de mi padre. De inmediato su ausencia se hizo aún más palpable. De él heredé mi pasión por la fotografía; podíamos pasar horas enteras releyendo fotos de su infancia a orillas de Las Canteras, de sus años de actor en el viejo Cine Bahía, de los que pasamos en el entonces llamado "Sáhara Español", de nuestras vidas vividas. No recuerdo, sin embargo, habernos detenido nunca a releer esta imagen. Reconozco a Tuisi de otras muchas fotos familiares; él solía cuidarnos cuando mis padres tenían algún compromiso y es quien sujeta la mano de mi hermano. Confieso que tardé en percatarme de la presencia de ese niño blanco sonriente. Los rostros serios de los otros seis hombres me distrajeron. Y surgieron las preguntas: ¿Están serios o tristes? ¿Estaban cansados o asustados? ¿Quiénes eran y por qué mi padre quiso retratarles ese día? Me inquietan sus posturas rígidas y, especialmente, el gesto cabizbajo de quien lleva el traje saharaui. De estar mi padre, sé que me sacaría de estas dudas que hoy me incomodan. Me diría que el sol les estaba cegando, que acababan de descargar las cajas de El Correíllo que esa mañana había llegado al puerto de La Güera y que, seguramente, estaban cansados; se reiría de mi imaginación y me recordaría que su cámara Leica no tenía pantalla LSD con la que poder mostrarles la imagen y asegurarles que su espíritu no quedaba atrapado en aquella caja negra. Su risa me tranquiliza.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Sin voz

Foto: María Brito
Llevan meses esperando que les ponga voz; sus ropas veraniegas ya tienen olor a trastero. Recuerdo que unos minutos antes de retratarlas yo también estaba inmersa en una historia escrita por otro. Las observaba desde una hamaca puesta al servicio de los clientes en una terraza del parque berlinés de James-Simon, justo bajo los raíles de la estación de metro de Hackescher Markt -añadan, pues, el ruido ensordecedor de trenes frenando y acelerando-. Por la postura de la más joven, al principio pensé que se conocían entre sí; enseguida supe que su inclinación solo obedecía a un mero movimiento de girasol. Ha llegado diciembre y hoy las imagino en la misma postura, con un libro en su regazo, aunque es muy probable que ahora lean desde el sofá de sus casas y tengan una manta cubriéndoles las piernas. Las he hecho esperar meses para nada. Acabo de percatarme de que no podré ponerles voz; sus mentes andan ocupadas con palabras que no son suyas. Reconstruyen vidas ajenas que alguien inventó para ellas. Y no seré yo quien las saque de sus libros para hablarles de su soledad.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Lo escribiré al oído


Foto: Tato Gonçalves
Sé lo que estás pensando y no me atrevo a escribirlo en alto. Si lo hago, dirán que escriben mis pensamientos y no los tuyos. No vale esconderme detrás de tu mirada para ponerle palabras a ese deseo que hoy ocultas bajo el agua. Miras al objetivo de la cámara e intentas imaginar sus ojos detrás del visor, o mirando a la fotografía que luego llegará a su ordenador. Quieres sentirte deseada. No te importa desnudar tu cuerpo, pero te resistes a relajar la mirada por temor a dejar tus sentimientos al desnudo. Aunque tu piel reacciona a la temperatura del agua, hay una parte de ti que no sabe de fríos. Tímida dirás que te sientes como una mujer con el agua al cuello. Risas mientras, impacientes, aguardan a que la escena más explícita tenga lugar. Está bien, lo escribiré al oído. Me concentraré en el lector anónimo y dejaré que sea él/ella quien imagine dónde reposan tus manos, que adivine dónde quieres que se detengan las suyas. Le pediré que no se acerque, que te espere en las rocas, y que desde allí te mire salir del agua. Primero tus hombros, luego tus pechos, tu vientre, tu pubis, tus piernas. Entonces les dejaré a solas. 

sábado, 17 de noviembre de 2012

Azul oscuro



Foto: Tato Gonçalves
"Get a room!” les gritó un turista inglés que caminaba con su familia por el paseo marítimo. Ellos, bien por el desconocimiento de esta lengua, o por lo enredados que andaban con las suyas propias, ignoraron el imperativo. Yo les observaba desde hacía rato. Disimulaba mirando al ocaso mientras que de soslayo intentaba comprobar si efectivamente se trataba del padre de Alejandra, mi alumna mexicana de primero B, al que había visto en un par de ocasiones a la salida del colegio. En las aulas de primero de primaria no existen secretos. La historia de los papás de Alejandra nos la contó ella misma en la clase de ciencias sociales. Hablábamos de los distintos tipos de familia: las que tienen una mamá, las que tienen una mamá y un papá, las que tienen dos papás. Alejandra levantó la mano para exponer la suya. Desde que cumplió cinco años, nos dijo, tiene dos mamás y un papá: “Verá, maestra, es que mi papá se enamoró de una amiga de mi mamá; al principio mi mamá se enojó mucho y le botó de casa, pero mi mamá se quedó sin trabajo y le dijo que volviera; ahora mi papá duerme con mi segunda mamá en la recámara grande y mi mamá-mamá duerme conmigo en la chiquita; a veces hacen mucho ruido cuando duermen y nos despiertan; entonces a mi mamá le da la alergia y no para de sonarse; hay días que se levanta súper enojada y vuelve a pedirles que se vayan, pero siempre vuelven.” Acabada la detallada exposición, les entregué los botes de plastilina y cada uno comenzó a moldear a sus papás, mamás y hermanitos en colores amarillos, verdes, azules, rojos y naranjas. Alejandra se apoderó del azul oscuro. Por eso creo que tienen que ser ellos; son muy azul oscuro.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Otro abrazo

Foto: Tato Gonçalves
Palabras acaba de cumplir un año. Doce meses buscando términos que unas veces me ayudaran a convertir en ficción alguna verdad y otras, haciendo el camino inverso, tratando de convertir en verdadera alguna ficción. Ha sido un año de navegación sin brújula, de ahí que en ocasiones nos hayamos perdido durante semanas. En mi primer texto, Commuters, les conté cómo nació mi interés por la escritura. Fue precisamente el escritor real al que daba vida el personaje principal de ese relato, Santiago Gil, quien me animó a hacer públicos mis primeros textos. No lo pensé demasiado (¡cómo si no!) y creé este blog sin terminar de entender la razón que me empujaba a compartir mis Palabras. Meses más tarde, Rosa Montero en su columna de El País  me brindaba las suyas para Gustificar mi atrevimiento: "Para eso se escribe, se pinta, se compone una sonata. Para escapar del encierro de nuestra individualidad. Y para eso se lee, se va al cine, se escucha la música. Para unirnos a los demás, para saber que no estamos solos."
Hoy, aprovechando este aniversario, quisiera compartir con ustedes algunas de las curiosidades que las estadísticas de la plataforma de este blog me ofrecen. Una de ellas es la “clave de búsqueda” más utilizada, esa palabra que conduce a los internautas hasta este blog, y que no es otra que “abrazos”. A priori, puede parecer gratificante que un término tan afectuoso haya llevado al aterrizaje de 623 personas (¿?) a uno de mis textos; la mala noticia es que aterrizan en uno de los menos recomendables. Sin embargo, No se enamore, una de las cuatro historias que salvaría de este primer año, no aparece en la lista de las diez entradas más leídas (¿mi gusto no coincide con el de mis lectores?). Me cuesta interpretar también el reciente interés de los alemanes (!!) por mi relato favorito, No respires, lo que la ha convertido en la tercera entrada más  leída /visitada del año. Sí aparece en esa lista otra historia que superaría mi criba, Mujer en la bañera (¿buscadores de Antonio López cabreados?). Finalmente, Mimetismo, uno de mis últimos textos que podría leer en alto sin avergonzarme, lo ha leído apenas medio centenar de personas, aunque a mí me vale con que a Antonio Jiménez Paz y a otros ocho desconocidos sospechosos les guste. 
No puedo acabar esta entrada sin nombrar a los que ilustran e inspiran mis palabras, esos fotógrafos profesionales que me fían generosamente sus imágenes. Me ofrecen no solo inspiración, sino la tranquilidad de saber que si mis textos no son del agrado del lector, al menos podrá recrear la vista con sus obras: Marcos Bolaños, Alfonso Elvira, Joe C. Moreno y Todd Winters (mi gran inspirador), y una gran pintora, Judit Paz. Hoy me estreno con otro grande, Tato Gonçalves. Hace unos días la osada que hay en mí recurrió a él para pedirle otro abrazo, un abrazo dirigido a ustedes, lectores conocidos y anónimos, y el sabio que hay en él me mandó abrazar al mar. 
Un abrazo, marino, azul, cargado de Palabras. 
P.D. No, no me olvido. Gracias, Mar.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Miradas (historia en construcción)


Foto: María Brito



Yo lo miro.
Él la mira.
Ella las mira.
Otro los miró.
Ellos se miraban.
Tú los miras.
¿Me miran?

sábado, 27 de octubre de 2012

Vidas paralelas


Foto: María Brito
Hasta que ella se cruzó en mi camino esta iba a ser una historia con un solo personaje: mi historia -en primera persona y sin secundarios-. Me dirigía con retraso a mi clase de yoga cuando divisé este entrante de luz por la calle Kant. No llevaba la cámara encima, así que busqué apresuradamente mi móvil en el bolso. En honor al filósofo que dio nombre a la calle, decidí unir empirismo y racionalismo y experimentar con la luz y mi soledad (esta pedantería, obviamente, no la pensé entonces sino que ha surgido mientras escribo). Lo que sí tenía claro en aquel momento es que deseaba hacer un autorretrato sin más compañía que la mía propia. Con este fin, me situé matemáticamente en medio de aquel río de luz, levanté el móvil a la altura de mi boca, separé las piernas para dejar que el destello fluyera entre ellas e intenté esconder el bolso que deformaba mi silueta. A través de la cámara la vi entrar en el encuadre por el lado izquierdo, caminaba despacio; intenté ignorar esa lentitud del paso del tiempo que surge cuando uno está en modo espera. Esta historia era mía, hablaba de mi soledad, de la inmensidad del universo y mi yo. El sol alargaba sus rayos para imprimir mi sombra en la arena. Ella, desafiante, se paró frente a mí, no tenía intención de moverse; hice un único disparo. Luego pude comprobar que sus cálculos fueron erróneos; le faltaron veinte centímetros para situarse en el medio de la imagen. Lo que sí logró fue cambiar los créditos de mi película. No obstante, esta historia nunca hubiera visto la luz de no ser por un tercer personaje. No fue hasta que él apareció, ocho meses después, que decidí ponerle palabras a esta imagen. Presiento un complot: esta era mi historia.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Antes de morir


Fotos: Joe C. Moreno


No siempre tengo fuerzas para enfrentarme a los nubarrones, así que son muchas las ocasiones en que opto por ignorarlos. Las nubes siempre terminan por pasar, aunque sé que detrás vienen otras. Cuando más orgullosa de mí misma me siento es cuando me levanto, las sonrío y las observo transitar. Son parte del juego de la vida y combatirlas o ningunearlas no son siempre la solución. No he plantado un árbol, ni he tenido un hijo, ni he escrito un libro. Tampoco creo que esas tres acciones sean esenciales para afirmar que una ha vivido, aunque no desecho realizar una de ellas antes de morir; como tampoco descarto construirme una cabaña frente al mar - con mi aguacatero en el jardín -, o ir a la India como voluntaria, o practicar sexo en el Salar de Uyuni.  Miro atrás y no puedo evitar la sonrisa, miro adelante y me invade la emoción. Me miro el ombligo y veo un ombligo. Happy birthday to me!

domingo, 23 de septiembre de 2012

Hojas muertas


Foto: Todd Winters

Otoño azul entre hemisferios, mareas extremas, calor viscoso, mañanas de playa para desempleados y jubilados, patios de colegio en ebullición, tardes de playa infantiles, puestas de sol que te atrapan en la arena, abueeeela, abueeelaaaa, mira cómo nado, bañadores en el tendedero, prendas imposibles en el escaparate, lluvia torrencial, bochorno, domingos con la tarea sin hacer, uniformes escolares planchados, polos blanco nuclear, mochilas de olores adictivos, nostalgia del verano que aún no se ha ido, anhelo de cartas con sellos postales e Yves Montand susurrándome al oído Les Feuilles Mortes.


domingo, 16 de septiembre de 2012

Afortunados



Foto: María Brito
Se saben afortunados. Él perdió su empleo en febrero después de doce años de trabajo tedioso en una entidad bancaria y en marzo ella se incorporaba a su instituto tras un año de baja por un cáncer de mama. Él ha retomado sus estudios de Bellas Artes; las tasas por las dos asignaturas que le quedan para completar la licenciatura ascienden este año académico a mil cuatrocientos euros, exactamente la misma cantidad de la paga extraordinaria que estas Navidades ella no recibirá; las piensa pagar con el dinero que ha sacado esta semana de vender unos cuadros que ha pintado en los últimos meses. No ha sido la única buena nueva de la semana: el exmarido de ella, que seguía acosándola dos años después de haberse separado, solicita ahora el divorcio; al parecer se ha enamorado este verano de una veinteañera. También les han llegado noticias del mejor amigo de él, sumido en una depresión desde que a ambos los despidieran del banco; le manda un correo desde Alemania e incluye esta foto; ha encontrado trabajo en Amazon.com empaquetando libros y se ha enamorado de una compañera de trabajo turca; augura un invierno cálido. Cuando a finales de julio ella supo que el aumento de horas lectivas la desplazaba de su destino definitivo a un centro a ochenta kilómetros de su domicilio, nunca pensó que iba a ser capaz de sacarse el carné de conducir en tan solo seis semanas. Hoy también ha sido un gran día: han recogido los resultados de los análisis de oncología. Este fin de semana se van a celebrarlo a una casa rural en el norte de la isla. Conduce ella. No creen en la suerte, pero se saben afortunados.


domingo, 2 de septiembre de 2012

Mimetismo

Foto: María Brito
Fue cumplir los treinta y cinco y a Olivia le entraron las prisas por ser madre. A su vida no había llegado ningún embarazador que quisiera quedarse, así que decidió acudir a una clínica de infertilidad, así mal llamada. Como tenía pánico a que su cuerpo diera un cambio brusco, acudió previamente a una perrera y adoptó a Flaco, un galgo que le aseguraría, por esa ley del mimetismo, que su delgadez permanecería intacta. Después de cinco inseminaciones artificiales y cuatro fecundaciones in vitro infructuosas, terminaron de sablear su cuenta bancaria al proponerle utilizar óvulos de una donante. Ella, que siempre se había negado a la adopción porque nada le hacía más ilusión que colgar fotos de la evolución de su barriguita en facebook, se convirtió así en el vientre de alquiler del que sería su hijo adoptivo, que en realidad fue hija, por más que se encomendó a la Virgen de la Dulce Espera para que pusiera un hombrecito en su vida. En la primera visita al pediatra fue incapaz de confesar la falta de conexión biológica entre ella y aquella hermosura de bebé que era ya su vivo retrato (la ley del mimetismo se cumplía a rajatabla), así que en el historial médico quedaron archivadas todas las enfermedades que por el lado materno su pequeña Jimena podría heredar; en el lado paterno se añadió un simple “desconocido”. El pediatra, un cuasi sesentón, se quedó prendado de la belleza de Olivia que, apenas una semana después de dar a luz, ya lucía una esbelta figura (Flaco aún seguía a su lado) y se preguntaba cuán ciegos estaban los jóvenes de hoy en día para dejar que una joven así tuviera que acudir a clínicas de fertilización, así bien llamadas. No estaba en los planes de Olivia, pero tras su cuarta visita al pediatra, y con sus hormonas aún revolucionadas, terminó por sucumbir a las miradas lascivas del doctor. Aquel hombre entrado en años la sorprendió con un polvo de los que se quedan en la memoria y también en el útero, pues no hizo falta más que un lingotazo de esperma cuasi sesentero para quedarse de nuevo embarazada. Este embarazador sí ha querido quedarse a su lado y como ya son muchos en casa ha decidido devolver a Flaco a la perrera. Solo está embarazada de cuatro meses, pero, para mí, que se está engordando a toda velocidad.