Se crió sin padre, pero su abuelo y tíos se
encargaron de que hiciera honor a su hombría. Era el hombre de la casa y debía
dar cuenta de ello, aunque fuera al único otro miembro de aquella casa: su
madre. Cuando la acompañaba frente al televisor para ver una de las
películas que a ella le gustaban (y a él, pero eso no podía admitirlo) tenía
que estar rápido en las escenas que le emocionaban para lapidar el lagrimeo que
de manera involuntaria comenzaba a formarse en sus ojos. Casi siempre salía con
alguna frase ingeniosa y su madre no podía evitar reírse ruidosamente a la vez
que aprovechaba para romper con el llanto que también mantenía reprimido. En
aquella casa no había lloricas ni ñangas.
Foto de Todd Winters |
Han pasado más de tres décadas sin soltar una
lágrima, ni siquiera cuando el River Plate bajó a segunda (esas lágrimas hubieran sido toleradas incluso por su abuelo), ni cuando su hija tuvo su primera función de
Navidad el año pasado, ni en el propio funeral de su madre hace unas semanas. No
es que sea incapaz de emocionarse. Lo hace, pero ya no es capaz de expresar sus emociones corporalmente. Nada le hace llorar y su terapeuta le
dice que tiene que estimularse, que debe arrancar a llorar para desasirse de
ese dolor en el pecho. Por ahora solo consigue que el roce de las teclas lloren
por él y que sus emociones se pierdan entre asteroides.
El Esteban Sehinkman real (el de la foto y el video – no lleva acento en su español) llora sin problemas, este…pero además puede hacer que la música llore o ríe solo moviendo sus dedos…este…y no es Dios. :)
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