Foto: María Brito |
Me he alejado de
él en múltiples ocasiones, pero no siempre necesito el contacto para sentirlo próximo. Por eso, cuando nos volvemos a cruzar, solo nos lleva unos segundos
reconocernos. Cuando era niña, y nos separaban casi tres horas de vuelo, lo
imaginaba en la línea del horizonte y, si me esforzaba, conseguía incluso convertir
el ruido del tráfico en su añorado sonido. Su atractivo es aún mayor en
invierno. Era en esta estación cuando, aprovechando las vacaciones de navidad, veníamos
a disfrutar de él y, en un abrir y cerrar de ojos, trocábamos la bufanda y el
gorro por el bañador y las cholas. Es coqueto, así que entre menos observado se
siente, mayor es su encanto. Su susurro me resulta arrebatador, incluso
cuando simula estar enojado, y nada me reconforta más que su tacto. El
sabor que deja en mis labios después de rozarme durante apenas unas
décimas de segundos supera cualquier delicatessen elaborada. Casi siempre lo
disfruto a solas, pero reconozco que las evocaciones más recurrentes son en compañía. Aquellos baños pueriles con los primos en el Puerto de Las Nieves, con los amantes en las calas más recónditas, y en Las Canteras, siempre Las Canteras: los paseos matutinos con
papá, los picnics al atardecer con los
amigos y, ahora, con el deseo de volverlo a compartir.
Me encanta!!
ResponderEliminarPorque sabes de qué hablo. ¡Muchas gracias!
Eliminar