Todos los acontecimientos y personajes que aquí se narran son reales. Los nombres son ficticios.
Sabía que este Domingo de Resurrección la playa estaría llena, pero no pude resistirme; desde mi nueva ventana, el mar competía y ganaba la partida al azul intenso del cielo; me reclamaba y yo me dejé conquistar.
Nadé, como siempre, un ida y vuelta desde el muelle hasta el risco y al finalizar me acomodé en el único hueco que quedaba sobre los tablones de la playa. A mi izquierda una chica de Baracaldo mantenía una conversación telefónica con su aita y le contaba el buen tiempo que hacía, su periplo por los pueblos de Gran Canaria y lo mucho que le gustaba Agaete. Mientras me tomaba un botellín, esperé pacientemente a que llegara el “Agur, aita” para poder empezar a leer Las muertas de Jorge Ibargüengoitia (que no te lleve a engaño, no es paisano de la baracaldesa, sino mexicano). Se hizo el silencio playero y pude avanzar seis páginas; de pronto me sacó de mi lectura el grito de una de las dos adolescentes que se encontraban a mi derecha -hasta ese momento habían permanecido en absoluto silencio frente a sus móviles.
–¡Mira, tía, qué fuerte, no me lo puedo creer! –decía la una mostrándole su móvil a la otra.
–No veo nada, ¿tienes el brillo al máximo? –le respondía su amiga con el nerviosismo contagiado.
–Joder, tía, es el Yeray comiéndole la boca a Itahisa; me toca la polla; estoy segura que me ha colgado esa foto para que yo la vea, el muy hijo de puta...
–¡Qué dices, tía!
Aquello iba a durar mucho más que la conversación de la vasca así que decidí ponerme los tapones de oídos que utilizo para nadar e intentar seguir con mi lectura. “Ella fue derecho a donde yo estaba, abrió la boca como si empezara a sonreír -alcancé a verle el diente roto- y me dio una bofetada.” No conseguía concentrarme y leí esta frase tantas veces que llegué a memorizarla. Mis tapones apenas lograban amortiguar los “me toca la polla” de la adolescente con cara de ángel y lengua de diabla trans. Lo seguí intentando… “No me moví. Ella dio la vuelta y empezó a alejarse. Yo miré a mi alrededor para ver quién había presenciado mi deshonra y no encontré más que al nevero…Si se ríe en ese momento yo le parto el hocico..." ¿O era la polla? Mi dos historias, la ficticia y la real, empezaban a enredarse y fue escuchar un “Lo voy a llamar, tía, yo lo quiero pero le voy a coger asco” y supe que mi día de playa había terminado. Me envolví en mi pareo y salí despavorida. No podía ser testigo del desenlace de aquel drama. Fui a casa y después de relatar los hechos tal y como sucedieron seguí leyendo Las muertas, donde “algunos de los acontecimientos que (ahí) se narran son reales. Todos los personajes son imaginarios.”
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