martes, 31 de enero de 2012

No ven, ni oyen, ni huelen

Foto de Todd Winters
Todos los días me repito que no lo volveré a hacer, pero vuelvo a caer. Incluso Canela ha desarrollado un buen olfato para localizar a las parejas más ardientes. Y eso que el número de amantes sin techo no hace más que crecer –otra consecuencia de la crisis, seguro-. Salgo con ella a última hora de la tarde y se va parando tras aquellos árboles desde donde puede divisarlos con cierta claridad, pero solo es capaz de evacuar cuando topa con amadores que ya tienen las serotoninas en ebullición. Entonces me apuro a recoger su deposición, la tiro en la primera papelera que encuentro y vuelvo rápidamente a casa para dejar a Canela. Y bajo solo. Siempre vuelvo a bajar, por más que me digo a mí mismo que debo parar. Y aun tengo la sangre fría de cambiarme de chaqueta a sabiendas de que con la negra logro camuflarme mejor. Vuelvo al árbol que Canela ha preseleccionado para mí. Ya el sol se ha puesto. La noche les vuelve desinhibidos. Los observo. Permanecen en el banco; ella se coloca sobre él y pasados unos minutos dejan de ver, de oír, de oler; son puro sentido del tacto. Ya me puedo acercar sin peligro de ser descubierto; me apodero del bolso que se halla a tan solo unos centímetros de sus cuerpos. Solo me quedo con el dinero; el resto lo dejo en la misma papelera donde deposité los excrementos de mi perra. Rara vez me hago con más de veinte euros. ¡Puta crisis!

sábado, 28 de enero de 2012

No respires


Foto de Todd Winters
Recuerdo bien el día que recibí esta foto por correo. La envió un americano pelirrojo que un mes antes había pasado por La Habana. Yo andaba distraída cuando me retrató. Mi mamá estaba sentada en el alféizar de la puerta. El gringo le pidió permiso para fotografiarme y ella, como no habla inglés, asintió con la cabeza. Luego nos preguntó la dirección y un mes después la recibimos. Ya han pasado quince años, pero la sigo llevando conmigo dondequiera que voy. Ahora vivo en España. Me vine aquí con mi esposo hace un año. Él todavía no ha encontrado pincha; yo trabajo para la Comunidad de Madrid. En realidad, para una contrata que se encarga de enviar muchachas a casas de personas que no pueden valerse por sí mismas. Ahora voy en el metro camino del servicio de los miércoles. Me toca el profesor Blanco, en la calle Cadarso, muy cerca de Plaza España. Es, sin duda, mi peor servicio, pero del que saco la mayor tajada. El señor fue un ilustre profesor de biología molecular en la Universidad Complutense. Aún no había cumplido los cincuenta cuando empezó a ganar peso sin explicación aparente; cada kilo que ganaba parecía ir menguando sus facultades mentales. Las múltiples quejas de sus estudiantes consiguieron echarlo de la universidad. Entonces, se encerró en su casa y fue cuando empezó a desarrollar el síndrome de Diógenes. Mientras miro esta foto voy haciendo mis ejercicios respiratorios. ¡Cómo me gustaría poder llevar ese cojín pegado a mi nariz! He aprendido a respirar únicamente por la boca. Luego, cuando acabo el servicio, me voy al bar de enfrente y me pido un whisky con el que hago un lavado bucal. Pero antes tengo que hacer ese pequeño ritual por el que me da treinta euros cada semana (ni mi esposo ni los de servicios sociales saben nada de esto, obviamente). Me pongo a los pies de su cama y empiezo a quitarme lentamente las prendas de ropa que llevo; mientras,  él, recostado en su mugriento colchón, se pone a bailar con los cinco latinos. Casi nunca llego a quitarme las bragas porque para entonces ya ha graznado bien alto. Justo al terminar de desfogarse mueve compulsivamente la pierna izquierda, parece  un conejo. A mí me entra la risa, pero me aguanto para no respirar. Sobre todo, no debo respirar.

miércoles, 25 de enero de 2012

Perdido


Foto de Todd Winters

Intenta tranquilizarse adelantándose a lo peor. Si la nieve cubriera la carretera hasta hacerla desaparecer, siempre estaría el GPS y, si este fallase, tendría esos cables eléctricos como guía. Pero va a llegar, lo sabe bien. Tiene el depósito lleno de  gasolina, los pronósticos del tiempo son favorables a pesar de la espesa nieve y, por encima de todo, están sus deseos de encontrarse con ella. En sus veinticinco años de matrimonio nunca habían pasado tantos días separados. Cuando le ofrecieron este intercambio académico lo dudó mucho. Además de esas cuatro semanas privándose de su tacto, estaba el largo viaje -casi diez horas de vuelo transoceánico más cuatro horas de viaje en carretera por el Illinois profundo-. Ella tuvo que convencerlo con las ventajas laborales que este intercambio le traería. A la ida se sintió más nervioso, pero le elaboraron las instrucciones con tanto cuidado que no tuvo ningún problema en encontrar la pequeña localidad a la que se dirigía. La vuelta debía de ser más fácil, aunque no contó con esta nieve en pleno mes de octubre. Para relajarse, piensa en el momento de la llegada a casa, en el abrazo cálido, en el sabor de su boca, en el olor de su pelo, en sus caderas. ¡Cómo desea llegar! No obstante, decide parar el coche. Empieza a alejarse de él: veinte metros; el aire frío le hace lagrimear; cuarenta; las lágrimas comienzan a solidificarse entre sus pestañas sin tiempo a que la gravedad haga su trabajo; cincuenta; comienza a perder la sensibilidad en los dedos de los pies; sesenta metros. Se detiene, saca la cámara del bolsillo interior de su abrigo, mira por el ocular y coloca el coche en el centro del encuadre del tercio inferior, entonces dispara. Ahora tiene la imagen que ilustra cómo se sintió al alejarse de ella.

domingo, 22 de enero de 2012

Mamá, dame danke


La Güera, 1972 (foto: familia Brito)

Mi padre me pide que mire a la cámara; el sol no me deja ver y me cuesta mantener los ojos abiertos. Además, la arena está caliente y me está quemando las piernas. Pero, bueno, hoy es un día especial. Hemos venido al aeropuerto a recoger unas cajas que trae el avión del ejército que viene de Las Palmas. Llega tarde porque se ha parado a coger gasolina en Villa Cisneros y se han dado cuenta de que las ruedas estaban desinfladas. Así que no llegará a La Güera hasta dentro de una hora. Para 'matar el tiempo' (así dice mi padre; a mí me suena mejor 'vivir el tiempo') hemos comprado un carrete Kodak de 36 y nos hemos puesto a sacar fotos. Hoy tengo muchas ganas de que llegue ese avión porque es mi cumpleaños y sé que en las cajas que manda maye hay regalos para mí. Siempre manda fruta, verduras y huevos –la mitad llegan rotos-, pero seguro que hoy me manda algún coche, o un rompecabezas, o una bolsa de indios y vaqueros. Esta tarde vamos a hacer una fiesta para todos los niños del pueblo. Madame Clós también va a hacer otra fiesta para los grandes en el Casino y así despedir a esos alemanes que llegaron hace quince días en una roulotte. ¡El primer día los mirábamos todos asombrados! Una roulotte es un camión que es como una casa por dentro. La aparcaron justo enfrente de mi casa y mi madre les dejó usar nuestro baño. Esta noche, como es la última, los dos hijos, Markus y Sophie, van a dormir con nosotros. A mi tía Pino le han contado que son muy ricos; tienen una fábrica que pela papas para los restaurantes y, solo con eso, se han hecho riquísimos. Y por eso ahora se recorren África en esa súper roulotte. Hoy todos se han reído cuando he dicho “mamá, dame danke”. Todavía no sé muy bien por qué se han reído; Markus y Sophie siempre dicen 'danke' cuando estiran la mano para coger manises.

viernes, 20 de enero de 2012

Confabulación dominical


Foto de Todd Winters
Intuí que tomar un poco de aire me sentaría bien. Llevaba días alongándome a mis desdichas, dramatizando banalidades; necesitaba salir, oír otras voces que no fueran la mía. Era domingo, uno de esos primeros días de otoño con el verano resistiéndose a la despedida. Los jardines de Luxemburgo iban a estar abarrotados, pero urgía dejarme acariciar por el sol y, además, me quedaban casi a tiro de piedra. Callejeé el Barrio Latino, me compré El País, sorteé como pude las colas frente al Cluny y bajé el Boulevard Saint-Michel hasta la Rué de Médicis. Antes de entrar en los jardines, decidí tomarme un té y saborear una de esas maravillosas tartas de queso que preparan en el salón Thé Cool. Tuve suerte y encontré sitio en una de las coquetas mesas lilas que tienen en la terraza. Con el apetito satisfecho, medio periódico leído y desbebido el té, me adentré en el edén. Busqué un hueco en el concurrido césped y, antes de leer a mi cascarrabias preferido, don Javier Marías, eché una ojeada a mi alrededor: familias modelo, un amartelado clavando alegremente banderillas, niños persiguiendo risas, enamorados compartiendo confidencias y, para rematar, besadores exhibicionistas. ¿Se habían confabulado todos para mostrarme su felicidad? Entonces mi mirada se cruzó con la de él; se escondía tras unas gafas negras, me sonrió y supe que compartíamos la misma idea: "¡Fuerte manía de guillotinar los árboles de esta manera!".



martes, 17 de enero de 2012

Sandesh


Hace apenas unos años los papeles estaban invertidos. Era mi padre quien guiaba a mi hijo Sandesh de la mano para que no tropezara por estas calles a medio asfaltar y mi hijo el que le proporcionaba la alegría de vivir. Pero papá ha envejecido tanto que ahora es Sandesh quien le ofrece ayuda al andar y papá el que le da apoyo psicológico. Desde que nos mudamos a la ciudad hace tres años, el comienzo de curso para Sandesh es siempre una batalla. Le cuesta seguir instrucciones y yo no puedo evitar culparme por ello; en casa seguimos hablando hindi y su inglés no es tan fluido como el de los otros niños de Agra. Yo creo que por eso desconecta con tanta facilidad. Al parecer, su cara de ausente es tan evidente que su maestra suele bromear al respecto. Él solo repara en ello cuando oye las carcajadas de sus compañeros. Papá tiene otra explicación. Le dice que no se apure, que él era igual cuando niño y le cuenta que, aunque nunca fue al colegio, le encantaba soñar despierto cuando se encontraba rodeado de gente, ya fuera en el tren camino a los arrozales o en las fiestas familiares. Entraba en trance y se ponía a inventar los pasados y futuros de los que le rodeaban. Luego le recuerda que su nombre, Sandesh, significa ‘mensaje’ en sánscrito y le asegura que un día esa luz del sol terminará por iluminarlo; entonces, todas esas historias que  hoy ocupan su mente se convertirán en grandes mensajes de ficción que alegrarán el espíritu de mucha gente. Observo ese rayo de luz atravesando su pequeño cuerpo y rezo para que así sea.

sábado, 14 de enero de 2012

El sombrero

 
Foto de Todd Winters
Su puesto de sombreros está justo enfrente de nuestro hotel. Mientras Samuel se ducha, le observo desde la ventana de nuestra habitación. Hoy ha debido de pasarle algo. Anda callado y cabizbajo. Llevaba una semana despertándonos con sus gritos de vendedor ambulante: "¡Proteja sus ideas; no deje que el sol le deslumbre; camine siempre por la sombra; compre un sombrero!". Pero hoy ha enmudecido. Samuel dice que el sombrero no nos cabe en la maleta y que no piensa dejar que yo salga de la terminal de Barajas con él puesto: "Horteradas, las justas". Si no tuviera su inglés tan oxidado, sabría que quiero ese sombrero para interpretarle esa canción de Joe Cocker como debió hacerlo Kim Basinger, con el sombrero puesto. Me quitaría el abrigo muy lentamente; luego, los tacones; levantaría mis brazos y, agitándolos, dejaría que mi nuevo vestido de seda se deslizara por mi cuerpo desnudo hasta mis pies. Ese sombrero sería mi única prenda. Pero nada, Samuel coge una guía de viaje en sus manos y no ve más allá de esas páginas. Como se descuide, me pierdo a consolar al vendedor y lo dejo pintando un Óleo de mujer con sombrero. Que me tenga cuidado el amor, que le puedo cantar una canción.

miércoles, 11 de enero de 2012

Mar de invierno

Foto: María Brito

Me he alejado de él en múltiples ocasiones, pero no siempre necesito el contacto para sentirlo próximo. Por eso, cuando nos volvemos a cruzar, solo nos lleva unos segundos reconocernos. Cuando era niña, y nos separaban casi tres horas de vuelo, lo imaginaba en la línea del horizonte y, si me esforzaba, conseguía incluso convertir el ruido del tráfico en su añorado sonido. Su atractivo es aún mayor en invierno. Era en esta estación cuando, aprovechando las vacaciones de navidad, veníamos a disfrutar de él y, en un abrir y cerrar de ojos, trocábamos la bufanda y el gorro por el bañador y las cholas. Es coqueto, así que entre menos observado se siente, mayor es su encanto. Su susurro me resulta arrebatador, incluso cuando simula estar enojado, y nada me reconforta más que su tacto. El sabor que deja en mis labios después de rozarme durante apenas unas décimas de segundos supera cualquier delicatessen elaborada. Casi siempre lo disfruto a solas, pero reconozco que las evocaciones más recurrentes son en compañía. Aquellos baños pueriles con los primos en el Puerto de Las Nieves, con los amantes en las calas más recónditas, y en Las Canteras, siempre Las Canteras: los paseos matutinos con papá, los  picnics al atardecer con los amigos y, ahora, con el deseo de volverlo a compartir.

sábado, 7 de enero de 2012

Los chicos con las chicas


Fotos de Todd Winters.
A nosotras la canción de Los Bravos ya nos pilló entraditas en años. En el 67 yo ya tenía tres churumbeles y cualquiera le decía a mi marido que me iba a la playa con los niños y el Jacinto; por muy amigo de la familia que fuera, Jacinto ni estaba casado ni era gay -esas cosas no se llevaban entonces. Si no salíamos con el marido, tirábamos de las primas, o de las amigas, y Santas Pascuas. Y qué quiere que le diga, yo con mis amigas me siento más a gusto. Si se me sale el michelín del bañador, pues se me sale, pero con un hombre...
Nosotros salíamos con una muchacha solo si la estábamos pretendiendo. Amigas nunca tuvimos. Bueno, las amigas de mi mujer, pero, vamos, que salíamos con ellas si también venía la parienta. La verdad: yo nunca he hablado de tú a tú con otra mujer. Mi hijo, ese sí que aprovechó. ¡Anda que no salió con mujeres! Ahora que, una vez casado, se le acabó lo bueno. Le pilla mi nuera tomando un café con una amiguita y le corta los cataplines. Mi nieto, ese sí que anda con mujeres casadas, pero sus maridos saben que con él no corren peligro. ¡Si te digo yo que algunas cosas no han cambiado tanto, Jacinto!

martes, 3 de enero de 2012

El fotógrafo


Foto: María Brito
Tiene la capacidad de ver la belleza allí donde los demás apenas reposamos la mirada. Se mueve rápido y sigiloso, sin dar tiempo a que el objeto de su fotografía se percate de su presencia. Cuando retrata a una persona desconocida le pide permiso tras realizar un primer disparo, y le vuelve a fotografiar, a sabiendas de que la imagen que busca ya la tiene. Aquí nos encontrábamos en tierras peruanas. Los demás turistas enfocaban a indígenas modelos, a las ruinas y a sí mismos, sobre todo a sí mismos. Decidí perseguir su mirada y empezó a bajarla hasta dejarla a ras de suelo.
Perú cuenta con el mayor número de perros callejeros que yo jamás haya visto. Los conductores circulan atentos a la aparición repentina de estos canes y ellos se mueven como si se dirigieran a un destino concreto. Cruzan calles, entran en mercados, en restaurantes, duermen al calor de sus iguales y el lugar donde defecan es todo un misterio. Quizás fue el color rojizo de su pelaje, que tan oportunamente contrastaba con la piedra y la madera, el que llamó su atención, o tal vez fuera su expresión corporal: la cola caída, la mirada ausente y ese sentirse abandonado. Yo les retraté unos segundos antes. Todd Winters lo hizo en el momento exacto para captar su alma, pero esa es una instantánea que, por esta vez, dejaré que imaginen.

sábado, 31 de diciembre de 2011

Caminemos

Foto de: Todd Winters
El flanco de la derecha muestra más dificultad, pero si no caminamos sobre él, la arena terminará por cubrir el lado izquierdo. Caminemos, en la senda que cada uno quiera, pero sigamos andando y, cuando no nos guste el camino, miremos el apacible azul que cubre ambos márgenes y mantengamos el paso. El viento -ya lo sabemos- es caprichoso. Encontraremos paisajes menos áridos y estas dunas fatigosas serán olvidadas. Si nos paramos, que solo sea para coger perspectiva. ¡Feliz camino 2012!

jueves, 29 de diciembre de 2011

Mateo y Ana

Barcelona (2011). Fotos: María Brito
Solo me llevó unos segundos reconocerlos. Cruzaban la calle cogidos de la mano, como caminan siempre desde su reencuentro. Su paso era también fácilmente identificable: no llevaban prisa, ni miraban escaparates, ni se paraban ante las maravillas de Gaudí. Aunque les hacía en Madrid, paseando por la Gran Vía, no dudé ni por un segundo que se trataba de ellos. Subían el Paseo de Gracia por la acera que lleva a la Pedrera, y crucé con ellos (vale, tras ellos) las calles Aragón, Valencia y Mallorca, hasta que por fin dieron con un banco deshabitado y tomaron asiento, probablemente fatigados de recorrer media España. Se ve que no querían compañía; ellos no la necesitan. Llevaba la cámara en el bolso y no me pude resistir. Les he sacado, al menos, media docena de fotos. Necesitaba una prueba de este encuentro para mostrársela  a Santiago. Seguro que me hubiera creído sin evidencias, pero aun así quise inmortalizarlo. Durante unos segundos me inquieté pensando en que también yo podía tener a mis espaldas a alguien observándome, y lo que podía estar pensando de esta persecución: ¿Qué hace esta pirada siguiendo a unos pobres viejos y sacándoles fotos por doquier? Pero si los conocieran, me entenderían. Todos queremos una vejez como la de Mateo y Ana, en la que el pasado ya no importa, donde vivimos cada segundo conscientes de que el futuro ya está muy cerca. Con historias como las de ellos mi temor a envejecer se desvanece. 

Nota: Mateo y Ana son dos personajes de la novela Sentados de Santiago Gil, a quienes tomo prestados, sin permiso, para esta entrada.

martes, 27 de diciembre de 2011

Juego de anónimos

Foto de Todd Winters
Nunca hemos hablado pero lo he visto en múltiples ocasiones: en el parque jugando con su hijo, en un par de cumpleaños de amigos, también en la manifestación contra los recortes en educación, e incluso recuerdo verlo bastante perjudicado en el concierto de Wilco. Ahora le observo subir las escaleras del metro, enfundado en una bufanda y con gorra - regalos de Papá Noel, seguro. Lleva la mirada concentrada en el paso, que es ligero, probablemente impuesto por el frío o por el ritmo de la gran ciudad. Siento el impulso de saludarle pero entonces me percato de que, en realidad, no hemos sido presentados. Yo ni siquiera vivo aquí, me encuentro de paso, y solo la casualidad (u otras fuerzas sobrenaturales que se me escapan) ha querido que nos crucemos. Sé que se llama Jaume, es primo de mi amiga Carme y lo he visto etiquetado junto a ella en cientos de fotos de su muro de Facebook. Le rozaré el hombro y pretenderé ser la desconocida del metro. Me pregunto cuántos de los que me observan a mí también me reconocen, y si no andaremos jugando a ser los anónimos que éramos antes de caer en la redes "sociales".

jueves, 22 de diciembre de 2011

Gracias. Thank you.

Fotos de: Todd Winters (izda.) y María Brito (dcha.-obvious, I know)

Palabras deja su primer otoño atrás y ya lo añora. Bueno, lo añoro yo. Palabras no tiene vida, o solo tiene la que yo le quiera dar. Podría desaparecer con un solo movimiento de mi índice (¡qué poder el de esas tres falanges!), pero eso, de momento, no sucederá. Los que han leído la primera entrada de este blog sabrán que estas palabras nacieron, en realidad, en la primavera pasada, cuando Salvador Guerra, mi dilecto commuter, despertó en mí el interés por contarme. Meses después volvería su álter ego más real para animarme a airear estas verdades ficcionadas (a veces "ficciones verdaderas") y hacer que la gran mayoría de ustedes llegara a mí.
Hoy, por estas latitudes, tiene lugar el solsticio de invierno y coincide con la entrada número veinticinco de este blog. No puedo negar que empiezo esta nueva estación muy ilusionada. Sin duda, tiene mucho que ver con el hecho de poder contar con las fotografías de otra persona vital para este blog, Toddito Inviernos (Google Translate le revelará su verdadero nombre). Son sus imágenes las que inspiran mis últimos textos y las que me hacen seguir soñando.
Desde aquí quiero hacer público mi más sincero agradecimiento a los dos. Sin el primero este blog no existiría y sin el segundo seguro que sería menos atractivo. Asimismo, aprovecho la ocasión (salió la vieja secretaria que hay en mí) para desearles a ellos y a ustedes, los que se acercan a mi blog para hacer suyas estas Palabras, unas muy felices fiestas. Desde la nieve, o la arena, o lo que tengan al alcance, disfruten.

martes, 20 de diciembre de 2011

El camino

 

Foto de Todd Winters
Tal vez esta línea del tiempo marque la mitad de mi camino; me tomo unos minutos para hacer un pequeño receso. Sin mirar atrás dejo que los recuerdos anden conmigo. Son parte de quien soy y dejarlos a la zaga sería negarme a mí misma. Con tantas gratas memorias a veces temo que esta otra mitad del recorrido no me resulte tan emocionante. A las memorias ingratas las he logrado almacenar en una pequeña faltriquera; de vez en cuando abro su cremallera y descubro que la biodegradación las está transformando en moléculas casi imperceptibles. Ahora sé que esta carretera tiene bifurcaciones inesperadas. He recorrido millas que no entraban en mi plan de viaje; muchas las he hecho siguiendo el paso de otros viandantes, otras veces he encontrado caminantes que se han unido al mío. Extraño especialmente a los que llegaron a la meta antes de tiempo, o antes de que yo pudiera o quisiera divisarla, y es con ellos con quienes charlo cuando me siento especialmente feliz, o desgraciada. Saben que las carreteras largas se me hacen tediosas y que no hay nada que me guste más que encontrar nuevos caminos. Fin del receso.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Amnesia provocada



Foto de Todd Winters
Se despierta en una habitación de hotel. No logra recordar dónde se encuentra. No hay nada en la decoración que le rodea que le ayude a situarse. Adormilado camina hacia la ventana, nota los efectos de una noche de alcohol, corre las dobles cortinas y encuentra una calle desierta. Por unos segundos tiene la sensación de que los majestuosos edificios a ambos lados de la calle se mueven estrechando poco a poco la vía. Se  restriega los ojos con los nudillos intentando recobrar la realidad. Le viene a la mente el dibujo que su hija de seis años hizo de una calle despoblada de Barcelona. Ella le explicó que debía mirar dentro de las ventanitas amarillas de los edificios y entonces hallaría a la gente viendo el partido Barça-Madrid. Pero la que tiene frente a sus ojos no parece una ciudad con alma futbolera. Esa calle carece totalmente de alma. Mira al cielo y la luz le indica que acaba de amanecer. Quizá sólo se trate de una ciudad dormida. En unas horas los coches empezarán a circular. Esos inmuebles se llenarán de funcionarios temerosos de encontrarse con una carta de despido. De pronto, recobra la memoria; se encuentra en su último viaje de negocios. Esa fue la noticia que le dio su jefe anoche antes de irse a su habitación y acabar con la botella de Stroh 80 que le habían regalado. Cierra de nuevo las cortinas y se vuelve a la cama.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Que llore la música



Foto de Todd Winters
Se crió sin padre, pero su abuelo y tíos se encargaron de que hiciera honor a su hombría. Era el hombre de la casa y debía dar cuenta de ello, aunque fuera al único otro miembro de aquella casa: su madre. Cuando la acompañaba frente al televisor para ver una de las películas que a ella le gustaban (y a él, pero eso no podía admitirlo) tenía que estar rápido en las escenas que le emocionaban para lapidar el lagrimeo que de manera involuntaria comenzaba a formarse en sus ojos. Casi siempre salía con alguna frase ingeniosa y su madre no podía evitar reírse ruidosamente a la vez que aprovechaba para romper con el llanto que también mantenía reprimido. En aquella casa no había lloricas ni ñangas.
Han pasado más de tres décadas sin soltar una lágrima, ni siquiera cuando el River Plate bajó a segunda (esas lágrimas hubieran sido toleradas incluso por su abuelo), ni cuando su hija tuvo su primera función de Navidad el año pasado, ni en el propio funeral de su madre hace unas semanas. No es que sea incapaz de emocionarse. Lo hace, pero ya no es capaz de expresar sus emociones corporalmente. Nada le hace llorar y su terapeuta le dice que tiene que estimularse, que debe arrancar a llorar para desasirse de ese dolor en el pecho. Por ahora solo consigue que el roce de las teclas lloren por él y que sus emociones se pierdan entre asteroides.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

En compañía de Apolo


Foto de Todd Winters
Cuando mis padres se independizaron de mí yo acababa de cumplir los veinte. Se volvían a su tierra tras veinticinco años fuera y mis hermanos les acompañaron. Madrid les había tratado bien, pero nunca terminaron de acostumbrarse al anonimato de la gran ciudad, precisamente la razón por la que yo no podía alejarme de ella. Ocupé la habitación matrimonial, la única que daba a la calle, y rodé la cama junto al balcón, en mis ansias por tocar la luz que durante años me fue arrebatada. Para ayudarme con los gastos de la casa, por las otras dos habitaciones dejé que empezaran a desfilar gremios. El primer año fueron dos canarios estudiantes de periodismo y con ellos llegó el contrabando de tabaco y equipos electrónicos. El segundo año descubrí las ventajas de compartirla con estudiantes peninsulares que me dejaban disfrutar de mi soledad en cada puente o fiesta familiar. Los primeros fueron dos aprendices a meteorólogos y la casa se llenó de líneas isobaras, masas de viento y ciclones. Les siguieron dos futuros psicólogos, adheridos a otros cuatro compañeros de clase, y me encomendé a Apolo para nunca necesitar de sus servicios -no había un solo cuerdo entre aquellos amantes del psicoanálisis. El cuarto año pasaron los artistas, algo más cabales pero dejando huella - no quedó un mueble sin una salpicadura de pintura, el lavabo se volvió azul grisáceo y en la ‘Avenida Marítima’ (el nombre que los canariones habían dado al largo y helado pasillo que cruzábamos enfundados en mantas de Iberia) no cabía un círculo más de Kandinsky, las boquitas de piñón de Modigliani practicaban el boca a boca y los periódicos de los bodegones de Juan Gris salían por la ventana. Con ellos me planté. Ya tenía trabajo y podía hacer frente a las facturas. Fue entonces cuando empecé a enamorarme de la soledad. Apolo III, no obstante, sigue de mi lado y cuando se vaya llegará otro. Al fin, Magerit es una ciudad de gatos.



lunes, 12 de diciembre de 2011

A penny for your thoughts

 
Foto de Todd Winters
Pagar un penique por lo que uno piensa debió ser un dineral en la época de SirThomas More. Pero tus pensamientos no tienen precio. Voy sentado detrás de ti y los tomo prestados. Es la primera vez que haces este vuelo Madrid-Chicago. No te espera nadie en el aeropuerto. Los de la residencia te mandaron los detalles de la ruta: cogerás la línea azul del metro que sale de O'Hare y bajarás en la Western; no hay que hacer ningún transbordo. Según has leído en la guía, los chicaguenses llamamos al metroThe El porque los trenes, en lugar de ir bajo tierra, van sobre raíles Elevados. Estás algo inquieta; no es tu primer viaje a una ciudad desconocida, pero será lo más lejos que has estado nunca de tu isla. Estabas deseando esta metamorfosis. Escapar, por fin, de la habitación compartida con tu hermana, de los horarios de llegada a casa y, sobre todo, darle carpetazo a la monotonía. Tienes sueños, anhelas enamorarte, a ser posible de un afroamericano de dos metros de altura para luego volver con él al pueblo y dar que hablar. Aunque allí no hace faltan los motivos. Las noveleras van con poquito. Te vas a enamorar, y volverás con él en las vacaciones de Navidad. Ahora te das la vuelta; me sonríes. ¡Qué ganas de darte un fuerte abrazo!

sábado, 10 de diciembre de 2011

Perreta


Foto de Todd Winters
No sé por qué se tienen que besar haciendo tanto ruido. Me pide que la acompañe a París y luego ni caso me hace. Si ya lo sabía yo. Es el cuarto novio que tiene desde que se divorció de mi padre y ninguno le dura más de tres meses. Los desgasta de tanta pasión. Por lo menos este tiene pelas y nos paga los viajes. Aunque yo bien a gusto que me hubiera quedado en casa de mi abuela.
La verdad es que se pone muy guapa cuando se cree enamorada. No para de reírse, ni siquiera cuando besa. Pero si yo fuera él me negaría a besarla hasta que dejase de fumar. Seguro que sus besos saben a rayos. A mí me intenta besar cuando llego de pasar la quincena con mi padre, pero no la dejo. En el forcejeo siempre terminamos en el suelo desternillados de risa. Algunas veces finjo perder y me dejo besar, y la verdad es que sus besos no huelen. Yo creo que hace gárgaras justo antes de que yo llegue. Antes de que se divorciaran sí que me dejaba besar. 
Yo sigo sin entender lo del divorcio. Ni siquiera se llevaban mal. De pronto me sientan un día a hablar y me dicen que se han dado cuenta de que hace tiempo que no están enamorados y que no tiene sentido seguir viviendo juntos. Hace tiempo. ¿Cuánto tiempo es hace tiempo? ¿Desde que empecé a sacar malas notas? ¿Desde que les pedí que quería contactar con mis padres biológicos? ¿Desde que se paralizó la adopción de esa hermana que nunca llegaba? ¿Desde cuándo es hace tiempo? Yo lo tengo claro: no pienso enamorarme y mucho menos tener hijos para luego darlos en adopción o divorciarme y tenerlos del tingo al tango. Antes prefiero quedarme abrazado a un banco, como el viejo este que tengo sentado a mi lado. Te lo juro.