Vidas paralelas
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Foto: María Brito |
Hasta que ella se
cruzó en mi camino esta iba a ser una historia con un solo personaje: mi
historia -en primera persona y sin secundarios-. Me dirigía con retraso a mi
clase de yoga cuando divisé este entrante de luz por la calle Kant. No llevaba
la cámara encima, así que busqué apresuradamente mi móvil en el bolso. En honor al
filósofo que dio nombre a la calle, decidí unir empirismo y racionalismo y
experimentar con la luz y mi soledad (esta pedantería, obviamente, no la pensé
entonces sino que ha surgido mientras escribo). Lo que sí tenía claro en aquel momento es que deseaba hacer un autorretrato sin más compañía que la mía propia. Con este fin, me situé
matemáticamente en medio de aquel río de luz, levanté el móvil a la altura de mi
boca, separé las piernas para dejar que el destello fluyera entre ellas e intenté
esconder el bolso que deformaba mi silueta. A través de la cámara la vi
entrar en el encuadre por el lado izquierdo, caminaba despacio; intenté ignorar esa lentitud del paso del tiempo que surge cuando uno está en modo espera. Esta historia
era mía, hablaba de mi soledad, de la inmensidad del universo y mi yo. El sol alargaba sus rayos para imprimir mi sombra en la
arena. Ella, desafiante, se paró frente a mí, no tenía intención de moverse; hice un único disparo. Luego pude
comprobar que sus cálculos fueron erróneos; le faltaron veinte centímetros para
situarse en el medio de la imagen. Lo que sí logró fue cambiar los créditos de
mi película. No obstante, esta historia nunca hubiera visto la luz de no ser
por un tercer
personaje. No fue hasta que él apareció, ocho meses después, que decidí
ponerle palabras a esta imagen. Presiento un complot: esta era mi
historia.
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