Jugó a dibujar figuras de humo cual quinceañero fumando sus primeros porros; su adorado Bob Dylan sonaba de fondo revelando su edad. Entonces dejó caer la bomba precedida, eso sí, por su clásico “no me juzgues, hermanita”. Los dos sabemos que cuando empieza con esa muletilla es que la ha cagado. Nuestra madre nos enseñó a no juzgar sin conocer, pero se da la circunstancia de que lo conozco desde el mismo día en que nació. Liarse con el marido de su mejor amigo es una gran cagada. No obstante, yo sigo instrucciones: miro al infinito, pongo cara de póquer y tarareo Blowing in the wind.
Palabras
Un blog de María Brito
domingo, 7 de diciembre de 2025
domingo, 30 de noviembre de 2025
Relatos en Cadena: No me juzguen
Sabía a soledad, pero también a paz, o así es como Rosa lo sentía y estaba ansiosa por contarlo. Solían reunirse una vez al mes, pero en el último semestre sólo habían logrado verse en dos ocasiones y encima en el tanatorio. WhatsApp las mantenía al día, o eso creían.
Hoy, finalmente, brindarían por la prejubilación de Julia y el aprobado del MIR de la niña de Lucía. Rosa guardó el notición para un último brindis: “No habrá bodas de plata: me separo”. No simularon sorpresa, pero su reflexión a viva voz sí las dejó boquiabiertas: “No me juzguen, chicas, pero para mí los orgasmos están sobrevalorados.”
lunes, 24 de noviembre de 2025
Relatos en Cadena: Condicionales
Esa noche saldrían a cenar un bocadillo de calamares. No era una noche cualquiera: se cumplía justo un año del fatídico accidente; un año de largas operaciones y terapia. Aquella noche él perdió su moto, aún sin pagar, y ella su brazo derecho.
A él, los “sis” le atropellaron durante meses: “Si nos hubiéramos pedido una pizza, como tú querías”, “si aquel gilipollas hubiera hecho el stop”, “si no me hubiera comprado la moto, como me había suplicado mi madre”. Agotados sus “sis”, hoy sería ella la que haría realidad su último condicional: “Si hubiera roto contigo antes de salir, en lugar de dejarlo para después de la cena.”
domingo, 9 de noviembre de 2025
Una brillante idea
Fue justo en nuestro quinto aniversario cuando a él se le ocurrió la brillante idea de que escribiéramos las iniciales de nuestros nombres en todas nuestras pertenencias: libros, discos, macetas, e incluso toallas. De esa manera, si un día nos divorciábamos, nos resultaría más fácil hacer el reparto. Compramos rotuladores permanentes y empezamos colocando las cuatro iniciales de nuestros nombres en la esquina superior derecha de cada libro. Nos vimos en la obligación de poner las cuatro letras porque nuestros nombres coinciden en las tres primeras.
Íbamos a empezar a marcar los vinilos cuando aporté una modificación a su brillante idea: prescindir de las iniciales, que podían llevar a equívoco, y dibujar unas tetitas en los míos y una pollita en los suyos (el diminutivo se ajustaba a la realidad, pero eso no se lo dije). Aunque ninguno iba a querer apropiarse de los discos del otro (a mí Raphael no me hace tilín y él ni siquiera sabía quién era Raffaella Carrá) hacer esos dibujitos se nos antojó divertido y nos pusimos manos a la obra. Incluso volvimos a los libros ya marcados con iniciales y añadimos los nuevos símbolos distintivos.
Fue un poco más complicado convencer a la dependienta de la tienda de bordados de que nos hiciera esos mismos dibujos infantiles -ella no los veía así- en nuestras toallas blancas de algodón egipcio. Pensarán ustedes que hubiera bastado con repartírnoslas equitativamente, pero yo tenía la teoría (nunca compartida: callar fue clave en el éxito de nuestro matrimonio) de que sus toallas amarilleaban más -aquellos bordados terminaron probando que estaba en lo cierto-. No hubo compra que antes de entrar en casa no se decidiera si llevaría el sello de la pollita o de las tetitas (hacer los sellos fue una ampliación de la idea brillante). Con respecto a las fotos, decidimos hacer dos copias y colocarlas en sendos álbumes. Más adelante, en la era digital, nos ahorramos este gasto.
Veintiún años más tarde no imaginan ustedes lo fácil que ha sido encargarle a la empresa de mudanzas que embalaran todo de acuerdo al sello de cada cosa, desde los electrodomésticos a los imanes de la nevera. Nos han felicitado por ser tan previsores. Nunca habían encontrado una pareja de recién divorciados que se lo pusieran tan fácil. Lo han embalado todo en cajas idénticas y en las etiquetas, además del contenido, han dibujado la correspondiente pollita o tetitas. Les ha llevado apenas cinco horas y tres operarios hacer la mudanza. Al acabar hemos recibido un sms para informarnos de que todas nuestras pertenencias van ya camino de nuestras respectivas direcciones. No obstante, añaden, han dejado en la casa un objeto que, por ausencia de “pene/senos” (palabras textuales) no han sido capaces de embalar.
He sido yo quien ha llegado antes a nuestra casa. Confieso que he sentido cierta pena al encontrármelo abandonado en mitad del que hasta hace unas horas era nuestro salón; mis pasos se hacían eco del eco según me acercaba hacia él. Lo he cogido por las asas y con mucho cuidado, el mismo que ponía él al quitarle el polvo, lo he bajado y depositado junto al contenedor de basura de nuestro portal. Cuando he pasado con el coche tres minutos más tarde ya no estaba allí. Pongo la mano en el fuego en que ha sido mi ex quien lo ha cogido. Nunca lo admitió, pero incluir ese jarrón chino en nuestra lista de regalos de boda fue idea de su madre, QEPD.
domingo, 2 de noviembre de 2025
El sótano
domingo, 26 de octubre de 2025
Nunca dio problemas
Alberto era un niño muy reservado. Había que hacerle tropecientas preguntas para sacarle la misma información que su hermana podía contar en un par de minutos sin coger aire. Era el pequeño de la familia y su primo, cinco años mayor que él, ya se había encargado de desvelarle la magia de los Reyes Magos. Así que a sus nueve años, y con la Navidad a la vuelta de la esquina, aquel sábado no se le escaparon las idas y venidas de sus padres al garaje tan pronto lo creyeron dormido. Aunque conocía personalmente a Melchor, su ilusión se mantenía intacta. No logró dormir hasta bien entrada la noche, pero, por suerte, al día siguiente no había que madrugar.
El domingo amaneció lloviendo copiosamente. Mamá le despertó con un beso, mezcla de Farala y churros recién comprados. Le encantaban los churros, pero ese día fingió encontrarse mal y ni los probó. Esa mentira le libró de ir a misa de una en San Julián. Les insistió en que iba a estar bien y que se marcharan sin él. No era la primera vez que se quedaba solo; algunos días, cuando su padre tenía guardia en la comisaría y su madre y hermana tenían plan de chicas, le dejaban en casa sin problema. Con Alberto podían estar tranquilos: él nunca se metía en líos.
En cuanto se fueron se asomó por la ventana para asegurarse de que se alejaban. Había parado de llover, pero se fijó en las gotas que habían quedado sobre los cristales; le recordaron a esos plásticos de burbujas para empaquetar cosas delicadas que tanto le gustaba explotar. Madrid sonaba a domingo por la tarde: apenas se oían coches pasar y las conversaciones rotas de paseantes eran escasas. Se apresuró entonces a buscar su regalo estrella de este año: el Scalextric. Lo buscó debajo de la cama de sus padres, sobre el armario, en la solana… nada. Desistió y se puso a mirar si encontraba algo en lugares más pequeños. Fue entonces cuando en la mesa de noche de su padre encontró la pistola. Alberto tenía prohibido contar que era hijo de policía. Cuando rellenaba los formularios del cole, en la casilla de “profesión del padre” debía poner “funcionario”. Enseguida supo que aquella pistola no podía ser de juguete; él no la había pedido y, además, al cogerla la notó muy pesada; le sorprendió también lo fría que estaba, como si saliera de un congelador en lugar del cajón de calcetines de su padre. Oyó entonces el ascensor y corrió a guardarla en su mochila. Papá libraba al día siguiente y no la echaría de menos. Tenía tiempo suficiente para llevarla al cole y darle un buen susto a Ricardo. Se iba a enterar de quién era ahora el perdedor. Casi podía oler el pis que se iba a hacer encima en cuanto le pusiera la pistola en la sien. ¡Menudo susto se iba a llevar! Ya luego vendrían las tropecientas preguntas.
domingo, 31 de marzo de 2024
Domingo de Resurrección
Todos los acontecimientos y personajes que aquí se narran son reales. Los nombres son ficticios.
Sabía que este Domingo de Resurrección la playa estaría llena, pero no pude resistirme; desde mi nueva ventana, el mar competía y ganaba la partida al azul intenso del cielo; me reclamaba y yo me dejé conquistar.
Nadé, como siempre, un ida y vuelta desde el muelle hasta el risco y al finalizar me acomodé en el único hueco que quedaba sobre los tablones de la playa. A mi izquierda una chica de Baracaldo mantenía una conversación telefónica con su aita y le contaba el buen tiempo que hacía, su periplo por los pueblos de Gran Canaria y lo mucho que le gustaba Agaete. Mientras me tomaba un botellín, esperé pacientemente a que llegara el “Agur, aita” para poder empezar a leer Las muertas de Jorge Ibargüengoitia (que no te lleve a engaño, no es paisano de la baracaldesa, sino mexicano). Se hizo el silencio playero y pude avanzar seis páginas; de pronto me sacó de mi lectura el grito de una de las dos adolescentes que se encontraban a mi derecha -hasta ese momento habían permanecido en absoluto silencio frente a sus móviles.
–¡Mira, tía, qué fuerte, no me lo puedo creer! –decía la una mostrándole su móvil a la otra.
–No veo nada, ¿tienes el brillo al máximo? –le respondía su amiga con el nerviosismo contagiado.
–Joder, tía, es el Yeray comiéndole la boca a Itahisa; me toca la polla; estoy segura que me ha colgado esa foto para que yo la vea, el muy hijo de puta...
–¡Qué dices, tía!
Aquello iba a durar mucho más que la conversación de la vasca así que decidí ponerme los tapones de oídos que utilizo para nadar e intentar seguir con mi lectura. “Ella fue derecho a donde yo estaba, abrió la boca como si empezara a sonreír -alcancé a verle el diente roto- y me dio una bofetada.” No conseguía concentrarme y leí esta frase tantas veces que llegué a memorizarla. Mis tapones apenas lograban amortiguar los “me toca la polla” de la adolescente con cara de ángel y lengua de diabla trans. Lo seguí intentando… “No me moví. Ella dio la vuelta y empezó a alejarse. Yo miré a mi alrededor para ver quién había presenciado mi deshonra y no encontré más que al nevero…Si se ríe en ese momento yo le parto el hocico..." ¿O era la polla? Mi dos historias, la ficticia y la real, empezaban a enredarse y fue escuchar un “Lo voy a llamar, tía, yo lo quiero pero le voy a coger asco” y supe que mi día de playa había terminado. Me envolví en mi pareo y salí despavorida. No podía ser testigo del desenlace de aquel drama. Fui a casa y después de relatar los hechos tal y como sucedieron seguí leyendo Las muertas, donde “algunos de los acontecimientos que (ahí) se narran son reales. Todos los personajes son imaginarios.”
sábado, 25 de marzo de 2023
Yucatán, te amo
Me gusta que el canto mañanero de los cenzontles en mi patio trasero sea mi nuevo despertador. Me gustan mis nuevos desayunos con mango, mamey o rambután. Me gusta leer bajo la sombra de una palapa en la playa de Sisal y que mi lectura se vea interrumpida por una banda de flamingos camino a Las Coloradas. Me gusta caminar por ruinas de haciendas henequeneras y bañarme en cenotes escondidos en la selva; intento caminar suavecito para no enojar a ningún alux -no creo en espíritus pero prefiero tenerlos de mi lado, no me vayan a provocar el mal aire-. Me gusta tener una tlapalería a la vuelta de la esquina y no solo por el puro goce de articular esta nueva palabra, sino porque nunca sabes cuándo puedes necesitar un bote de pintura verde maya o un desarmador. También es una suerte tener tan cerca la tortillería, y que el aroma a tortillas de maíz se cuele por mi zaguán; y qué bien viene una tienda de abarrotes en tu misma calle y ahorrarte un viaje al Chedraui para ir solo a por aceite, y de paso pasar por la florería -y percatarme de otro nuevo juego de sufijos-. Me gusta salir al mediodía en busca de un nuevo tianguis de comida y pedirme unas quesadillas de flor de calabaza, o nopales rellenos de queso y portobello con crema deslactosada. ¡Guácala, no me gusta que el mantel de hule esté tan pegajoso!
Tras el delicioso almuerzo, me gusta volver a casa a esconderme del sol abrasador y ponerme a leer en la hamaca de mi sala, pero detesto la comezón de los moscos que me atacan mientras leo -leía- plácidamente. Me gusta agarrar el camión para ir a clase de zumba en la Plaza de San Sebastián -mucho mejor que manejar entre tanto tope y tanto alto-. Amo observar la energía que emana de esa Plaza a la hora en la que cae el sol: la de las jugadoras en la cancha de softbol, la de la banda municipal ensayando marchas militares al compás de trompetas y roncos tambores, la de las doñas vestidas en coloridos huipiles acudiendo a misa de siete, y la nuestra, moviéndonos al son de cumbias de letras irreverentes que escupe nuestra bocina y, sí, me encanta bailar sin sentido del ridículo aunque continuamente me haga bolas con las coreografías. De vuelta a casa, me gusta la plática con mis vecinos quienes, con el sol ya escondido, sacan sus sillas fuera de casa y las colocan sobre las banquetas de alturas caprichosas para tomar el fresco. No sé si ya lo dije, pero odio profundamente que me acribillen los moscos mientras escribo este texto sin que la iguana, que a última hora del día viene a visitarme cual salida del Cretácico, haga nada por impedirlo. Se acabó, ducha fría bajo la regadera y a dormir.
¡Mare!, después de echar la hueva durante meses, salió mi primer texto en tierras yucatecas. Ándale, pues.
(Publicada 25/3/23 , Revisada octubre 2025)
sábado, 6 de agosto de 2022
Espejo de lluvia
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| Foto de Maite Pons |
Ahora no quiere saber nada de charcos, pero de niña no podían gustarle más. Hubo días en que probé a cambiarle las botas de agua por sus Converse negras favoritas para ver si así los esquivaba: cero éxito. Los llamaba “espejos de lluvia” y jugar con la luz para buscar su reflejo en ellos era parte de su ritual. Los “espejos” de otoño, sus predilectos; acomodaba las hojas doradas, anaranjadas o canelas de tal manera que unas veces conseguía un marco ovalado y otras, uno cuadrado. Al finalizarlo esperaba unos segundos a que el agua dejara de hacer ondas y entonces hacía la pregunta: “Espejito, espejito, ¿quién es la más afortunada del lugar?” Sonreía, levantaba la cabeza, me buscaba con su mirada y la oía exclamar bien alto: “¡Qué suerte vivir aquí, mamá!” A mí aquella frase me hacía sonreír, no solo por verla tan feliz sino porque me recordaba a un eslogan publicitario de mi añorada tierra. Ella no parecía añorarla tanto y, de alguna manera, fue quien me enseñó a disfrutar de las ventajas de nuestro nuevo destino. El cambio de estaciones sin duda era una de ellas.
sábado, 30 de julio de 2022
El helado
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| Foto: María Brito |
Según tu hija, en esta foto me parezco a un personaje de Edward Hopper. Yo no sé quién es ese Hopper ni esa señora mayor de la foto, pero este helado de tuno indio está buenísimo. Hoy hemos venido a Agaete; me dicen que es el pueblo donde nací, pero para mí que están equivocados. Eso sí, no saben bien lo que les agradezco que me saquen de la residencia y poder ver rostros sin surcos. Ya sabes que les pedí que no me llevaran a ninguna residencia hasta que perdiera la cabeza. ¡Ay, los pobres, han estado años intentando decidir cuándo sería ese momento! Y no fue cuando encontraron las mandarinas en la mesa de noche convertidas en fruta deshidratada, ni cuando les hice reír a carcajadas al ponerme la rebeca por los pies; ni siquiera cuando mi cerebro empezó a elegir de forma aleatoria las palabras que salían de mi boca (las de hoy salen de corrido; debo tener un buen día). Te contaré que durante un buen tiempo estuve repasando parte de la geografía latinoamericana gracias a mujeres que, de la noche a la mañana, empezaron a decidir por mí lo que tenía que comer, la ropa que debía vestir o cuándo podía ir a pasear. ¡Qué martirio! Yo solo deseaba que llegara la noche o el fin de semana para que fuera uno de nuestros hijos quien me acompañara. Pero entonces empecé a confundirlos: a veces creía que el mayor eras tú o que la niña era mi madre. Nuestra casa de siempre empezó a parecerme un lugar ajeno en el que me incomodaba estar. Y llegó el momento.
Ahora en la residencia me cuidan unas señoritas muy simpáticas; se ve que les caigo bien; les oigo susurrar que tengo el “Alzheimer bueno”. Al parecer hay uno bueno. ¡Qué suerte que me tocara a mí! Siempre me supe afortunada. Desde hace unos días, o quizás sean ya meses, llevan mascarillas, pero yo adivino sus sonrisas en los ojos. Les robo besos aunque me dicen que ahora están prohibidos. Nuestros chicos siguen viniendo cuando les dejan. Hoy me han traído a este puerto maravilloso que parece que me quiere sonar. Lo que más me gusta de estos paseos son los abrazos clandestinos que nos damos. Huelen a ti. De eso no me olvido.
sábado, 20 de abril de 2013
Don't feel like writing! (But I'll get back!)
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| Foto: María Brito |
- Don’t write, then.
- But I feel better when I write.
- Then, write!
- You never listen to me, do you?
- Why don’t you write poetry instead?
- You need to feel miserable to write poetry.
- Just find a good photo and write, or take one of yourself.
- Half nude?
- You’d never publish it!
- I would!
- Would you?!
- But I still need a text.
- Get that piece of paper on the night table and write anything.
- Wait, first the pic.
- Mmm... with this photo nobody will care about the text.
- Let me write down this conversation before I forget it; it could be a good start.
- Will you translate it into Spanish?
- As you said, nobody will care about the text.
sábado, 26 de enero de 2013
All Stars y tacones de aguja (reedición)
| Foto: niño zapatería china Edición: María Brito |
domingo, 20 de enero de 2013
¡Contalo ya!
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| Foto: Joe C. Moreno |
Le conoció por Internet. Llevaban tres meses de intercambio de mensajes lujuriosos cuando hace dos semanas se presentó de sorpresa en su casa. Un tifón de sexo la había dejado con una cistitis aguda -nada que un chute de antibióticos no pudiera solucionar-. Gardel se volvió ayer a Buenos Aires y ella se irá en cuanto le concedan la excedencia que ha solicitado. Porque lo que sí que no le ha dado la madurez es sosiego. Lo de andar con pies de plomo no entra en sus esquemas. Dice que no tiene miedo, que después de tantas caídas ya tiene práctica en levantarse. Así que se nos va otra vez y nosotros ya tenemos destino para las próximas vacaciones.
sábado, 12 de enero de 2013
Verdades confesables
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| Foto de: Joe C. Moreno |
sábado, 5 de enero de 2013
Palabras quebradas
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| Foto: Joe C. Moreno (edición: María Brito) |
domingo, 16 de diciembre de 2012
Primeras impresiones
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| Foto: Todd Winters |
sábado, 8 de diciembre de 2012
Preguntas sin hacer
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| Foto: Emiliano Brito |
Ayer tarde encontré esta fotografía en un viejo álbum de mi padre. De inmediato su ausencia se hizo aún más palpable. De él heredé mi pasión por la fotografía; podíamos pasar horas enteras releyendo fotos de su infancia a orillas de Las Canteras, de sus años de actor en el viejo Cine Bahía, de los que pasamos en el entonces llamado "Sáhara Español", de nuestras vidas vividas. No recuerdo, sin embargo, habernos detenido nunca a releer esta imagen. Reconozco a Tuisi de otras muchas fotos familiares; él solía cuidarnos cuando mis padres tenían algún compromiso y es quien sujeta la mano de mi hermano. Confieso que tardé en percatarme de la presencia de ese niño blanco sonriente. Los rostros serios de los otros seis hombres me distrajeron. Y surgieron las preguntas: ¿Están serios o tristes? ¿Estaban cansados o asustados? ¿Quiénes eran y por qué mi padre quiso retratarles ese día? Me inquietan sus posturas rígidas y, especialmente, el gesto cabizbajo de quien lleva el traje saharaui. De estar mi padre, sé que me sacaría de estas dudas que hoy me incomodan. Me diría que el sol les estaba cegando, que acababan de descargar las cajas de El Correíllo que esa mañana había llegado al puerto de La Güera y que, seguramente, estaban cansados; se reiría de mi imaginación y me recordaría que su cámara Leica no tenía pantalla LSD con la que poder mostrarles la imagen y asegurarles que su espíritu no quedaba atrapado en aquella caja negra. Su risa me tranquiliza. |
sábado, 1 de diciembre de 2012
Sin voz
| Foto: María Brito |
sábado, 24 de noviembre de 2012
Lo escribiré al oído
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| Foto: Tato Gonçalves |
sábado, 17 de noviembre de 2012
Azul oscuro
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| Foto: Tato Gonçalves |














