En la goma de sus calzoncillos aún queda humedad –ha debido tenderlos hace poco–. No es que los haya tocado –no soy tan atrevida con un vecino recién llegado–, pero la goma tiene un azul más intenso que el resto de la prenda. Yo suelo tender sábanas en la azotea comunitaria, pero él deja toda su colada y eso da mucha información. Por el desgaste de su ropa interior, adivino que debe llevar bastante tiempo solo. Hoy me he venido arriba y he dejado mis bragas nuevas junto a sus calzoncillos. No le quedará otra que rozarlas. Un recordatorio de que nunca deberíamos renunciar al roce.
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