Tener en cuenta al destinatario de nuestro mensaje a la hora de expresarnos es una técnica que aprendemos a manejar desde que empezamos a articular nuestras primeras palabras. Incluso cuando uno escribe para sí mismo piensa en ese receptor (el amigo imaginario) y se pregunta si será capaz de decodificar nuestro mensaje de la manera que nosotros deseamos. Es una pelea perdida de antemano pero, no obstante, el grado de empeño que pongamos en ganarla va a determinar el número de asaltos que aguantemos en el ring. Si este símil de boxeo les espanta tanto como a mí seguro que ya no estarán leyendo esta otra frase. Y eso es algo que difícilmente puedo controlar (no usándolo es una posible solución). Si nos obsesionamos con complacer al lector, a duras penas podremos hacer que nuestras palabras fluyan. Pero ahora me toca confesar mi otra obsesión: que mi amigo imaginario deje de serlo, razón por la cual nunca escribí un diario en mi adolescencia -a sabiendas de que no había candado de plástico que se les resistiera a mis nada imaginarios hermanos. Estoy convencida de que si escribiera pensando en un destinatario en particular (no digo nada si fueran ciento veintitrés), jamás terminaría de teclear estas palabras. Cómo hacerlo sin pensar en él, con nombre y apellidos, seguro que es otro proceso que aprenderé a manejar si me doy el suficiente tiempo. Por lo pronto, desde hace unos días cuento con un lector y he comprobado que escribir no me resulta más difícil ahora que antes (mi antes, ya lo habrán adivinado, apenas tiene unos meses) aunque quizá influya el hecho de que mi único lector se asemeja más a un personaje de ficción que a uno real (otra historia que ya les contaré otro día). Es agradable saberse leída pero, hasta que descubra lo que ando haciendo por aquí, prefiero que Vds. lleguen a este blog por puro azar o porque tecleen Santiago Gil en algún buscador. Así que si ya están aquí, y para que su paso por mi blog sea mucho más fructífero, aprovecho para recomendarles su última novela, Sentados (Anoart Ediciones, 2011). Les aviso: el té se les quedará frío.
Foto: María Brito |
Tener en cuenta al destinatario de nuestro mensaje a la hora de expresarnos es una técnica que aprendemos a manejar desde que empezamos a articular nuestras primeras palabras. Incluso cuando uno escribe para sí mismo piensa en ese receptor (el amigo imaginario) y se pregunta si será capaz de decodificar nuestro mensaje de la manera que nosotros deseamos. Es una pelea perdida de antemano pero, no obstante, el grado de empeño que pongamos en ganarla va a determinar el número de asaltos que aguantemos en el ring. Si este símil de boxeo les espanta tanto como a mí seguro que ya no estarán leyendo esta otra frase. Y eso es algo que difícilmente puedo controlar (no usándolo es una posible solución). Si nos obsesionamos con complacer al lector, a duras penas podremos hacer que nuestras palabras fluyan. Pero ahora me toca confesar mi otra obsesión: que mi amigo imaginario deje de serlo, razón por la cual nunca escribí un diario en mi adolescencia -a sabiendas de que no había candado de plástico que se les resistiera a mis nada imaginarios hermanos. Estoy convencida de que si escribiera pensando en un destinatario en particular (no digo nada si fueran ciento veintitrés), jamás terminaría de teclear estas palabras. Cómo hacerlo sin pensar en él, con nombre y apellidos, seguro que es otro proceso que aprenderé a manejar si me doy el suficiente tiempo. Por lo pronto, desde hace unos días cuento con un lector y he comprobado que escribir no me resulta más difícil ahora que antes (mi antes, ya lo habrán adivinado, apenas tiene unos meses) aunque quizá influya el hecho de que mi único lector se asemeja más a un personaje de ficción que a uno real (otra historia que ya les contaré otro día). Es agradable saberse leída pero, hasta que descubra lo que ando haciendo por aquí, prefiero que Vds. lleguen a este blog por puro azar o porque tecleen Santiago Gil en algún buscador. Así que si ya están aquí, y para que su paso por mi blog sea mucho más fructífero, aprovecho para recomendarles su última novela, Sentados (Anoart Ediciones, 2011). Les aviso: el té se les quedará frío.
Tus "Palabras" se irán abriendo paso poco a poco entre estas nubes digitales que nos llevan lejos de donde estamos (o tan lejos como nos han llevado siempre las palabras). De momento, me considero afortunado por haberme podido asomar aquí aún en los ensayos previos. Muchas gracias por tu generosidad lectora. Un fuerte abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias por la confianza, Santiago. Es todo un honor contar contigo.
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