Cuadro: Cándido Conde (La Güera, 1965). Foto: María Brito (Gran Canaria, 2011) |
Cambiamos de
ángulo porque de tanto verlo se ha vuelto invisible. Mis recuerdos son más
suyos que míos. Hoy los repasamos. Vemos al abuelo saliendo de su Land Rover, a
los marineros descargando cajas de langostas, a Laika esperando a una distancia prudencial, conocedora de los pellizcos del crustáceo y, aunque no se ve, vemos
a abuela observándoles con prismáticos desde nuestra casa, al otro lado de la
bahía. Está esperando a que llegue la carga para poner olor a nuestra memoria,
que tiene aroma a paella de langosta. Pero lo que mi paladar se empeña en recordar,
sin encontrar apoyo en la memoria de los demás, son aquellos perfectos boliches
de yema del tamaño de un bocado pueril, tibios y dulzones, que Dialó nos
preparaba a la sombra de una jaima. Y escuchen, se puede oír las bocinas de los
barcos avisando de su llegada a puerto, el silbido monótono del viento, los
cantos de las saharauis haciendo vibrar sus lenguas, los gritos de los primos
yendo al alcance de una gacela. Y lo que palpo es la arena en las orejas, en
las fosas nasales, entre los dedos de los pies. La misma arena que, ayudada por
el tiempo, se empeña en enterrar nuestros recuerdos y que desde Google Earth
observamos, derrotados, cómo lo cubre todo. La azotea de nuestra casa y la
carretera a Nouadhibou aún se dejan ver. No tardarán en desaparecer pero conservaremos el cuadro; seguirá recorriendo las paredes de otras ciudades que nos
acogen y lo miraremos de frente, de lado, desde abajo, del revés, buscando
cualquier perspectiva que nos despierte un recuerdo olvidado.
Que bonito lo cuentas me llevas hasta alli a esas sensaciones a esos momentos que parecen de otro ... de otro mundo de otro sueño ...y solo son de otro tiempo ... gracias por traermelos
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