Mientras tanto (2)
Hay silencios que
se leen y escuchan con más claridad que las palabras. Los hay bellos y también dañinos.
Una cama deshecha, un olor, una prenda olvidada, una mirada -o incluso su omisión- y creamos un rompecabezas que bien
puede reconstruir o quebrantarnos el alma. Hicimos un pacto de silencio y
funcionó durante un tiempo. Cuando me propuso no prometernos fidelidad supe que no era mi imagen acompañada de un amante la que tenía en
mente. Por eso sugerí callar; entonces pensé que esas elipsis lograrían
alargar el ‘mientras tanto’, pero me equivoqué. O igual no. Igual de haber
hablado antes ya le habríamos puesto fin. Lo cierto es que durante meses
ninguno de los dos necesitó mirar para otro lado. El deseo por poseernos solo respetaba el horario laboral y,
alguna vez, ni eso. Redujimos las salidas con los amigos, los encuentros
familiares, las horas en el gimnasio -bien es verdad que de ejercicio físico
íbamos bien servidos- y hasta las lecturas. Maldije la experiencia que me ponía en alerta de que
aquello tenía fecha de caducidad. Y llegó la calma y con ella sus
compromisos laborales fuera de la isla. Al principio, la distancia aumentó el
deseo; luego, lo fue apagando. Los dos mantuvimos el silencio pactado, pero con
el tiempo se ha vuelto ensordecedor; por eso ya no me molesto en hacer la
cama, ni en esconder las prendas olvidadas. El silencio habla a gritos y solo
es cuestión de que uno de los dos quiera pararse a escucharlo.
Preciosos relato, como todos los tuyos. Este, es como la vida misma. Que pronto entramos en rutina, la cual destroza y hace estragos. Siempre tenemos que buscar nuevas fronteras.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, María.
¡Muchas gracias, Manuel! Y muy cierto lo que comentas. Otro fuerte abrazo.
Eliminar(...) más silencio
ResponderEliminar... Gracias.
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