domingo, 12 de agosto de 2012

Nido vacío

 
Foto de Todd Winters


 
No entendió qué hacía aquel nido vacío entre cursos de memoria, de lectura o de taichí. Fue un funcionario de la Concejalía de Servicios Sociales quien le explicó el significado de la locución. Ella era soltera y su nido nunca había estado lleno, pero se aseguró de no pestañear al solicitar plaza para aquel grupo de terapia. Se había mudado a España hacía apenas unos meses. María había sido una de las niñas vascas refugiadas en Inglaterra durante la guerra civil española: “los olvidados”, así los llamaban. Pensó que si durante tantos años se habían olvidado de ella, por qué no iba ahora a ser ella quien relegara su pasado al olvido e inventara uno nuevo. Así fue cómo conoció a Carmen, a Manuela y a su tocaya. Tampoco ellas se conocían entre sí, a pesar de haber vivido siempre en la misma localidad. Fueron deshojando una a una los episodios de sus vidas y explicando su desazón al ver volar a sus polluelos – les gustaba explotar la metáfora –. Dos ya eran viudas y la tercera aún conservaba marido. María la rubia, así la distinguían, quiso ser la última en participar. Les advirtió que su perfil distaba algo del de ellas ya que llevaba sufriendo de nido vacío desde hacía muchos años. Les contó que tuvo marido y una hija, quien tras un divorcio agitado había quedado bajo la custodia del padre, y que hacía más de cuarenta años que no había vuelto a saber de ninguno de los dos. Su condición de medio inglesa hizo que no dudaran ni por un segundo de su historia - los ingleses siempre habían sido más modernos para esas cosas -. Ahora comparte con ellas paseos por la playa. La escuchan ensimismadas, especialmente cuando les relata los amoríos que siguieron a su divorcio ficticio, cuando aún estaba de buen ver. Conforme pasan los días se vuelve más desinhibida. Mantiene que sus senos caídos no son fruto de haberle dado el pecho a su hija sino del nutrido número de amantes fervorosos que han disfrutado de su cuerpo, aunque a ninguno supo retener. Le gusta sentirse escuchada y pone tanto sentimiento en lo que cuenta que ella misma empieza a dudar entre lo real y lo ficticio. Sabe que también se puede añorar lo que nunca se tuvo.

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