Nido vacío
No entendió qué
hacía aquel nido vacío entre cursos
de memoria, de lectura o de taichí. Fue un funcionario de la Concejalía de
Servicios Sociales quien le explicó el significado de la locución. Ella era
soltera y su nido nunca había estado lleno, pero se aseguró de no pestañear al
solicitar plaza para aquel grupo de terapia. Se había mudado a España hacía
apenas unos meses. María había sido una de las niñas vascas refugiadas en
Inglaterra durante la guerra civil española: “los olvidados”, así los llamaban.
Pensó que si durante tantos años se habían olvidado de ella, por qué no iba
ahora a ser ella quien relegara su pasado al olvido e inventara uno nuevo. Así
fue cómo conoció a Carmen, a Manuela y a su tocaya. Tampoco ellas se conocían
entre sí, a pesar de haber vivido siempre en la misma localidad. Fueron
deshojando una a una los episodios de sus vidas y explicando su desazón al ver
volar a sus polluelos – les gustaba explotar la metáfora –. Dos ya eran viudas
y la tercera aún conservaba marido. María la
rubia, así la distinguían, quiso ser la última en participar. Les advirtió
que su perfil distaba algo del de ellas ya que llevaba sufriendo de nido vacío
desde hacía muchos años. Les contó que tuvo marido y una hija, quien tras un
divorcio agitado había quedado bajo la custodia del padre, y que hacía más de
cuarenta años que no había vuelto a saber de ninguno de los dos. Su condición
de medio inglesa hizo que no dudaran ni por un segundo de su historia - los
ingleses siempre habían sido más modernos para esas cosas -. Ahora comparte con
ellas paseos por la playa. La escuchan ensimismadas, especialmente cuando les
relata los amoríos que siguieron a su divorcio ficticio, cuando aún estaba de
buen ver. Conforme pasan los días se vuelve más desinhibida. Mantiene que sus
senos caídos no son fruto de haberle dado el pecho a su hija sino del nutrido
número de amantes fervorosos que han disfrutado de su cuerpo, aunque a ninguno
supo retener. Le gusta sentirse escuchada y pone tanto sentimiento en lo que
cuenta que ella misma empieza a dudar entre lo real y lo ficticio. Sabe que
también se puede añorar lo que nunca se tuvo.
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