domingo, 20 de mayo de 2012

No se enamore


Foto: María Brito
Pasé a su lado cuando sonaban las primeras notas de Suzanne en su guitarra. Me asombró el parecido de su voz con la del canadiense. Decidí sentarme en el banco de piedra que estaba a su derecha -se sentía helado en este frío día de primavera-. Le escuchaba con los ojos cerrados cuando oí caer las primeras monedas en la funda de su guitarra y, a continuación, esas tres palabras: “no se enamore”. Abrí los ojos y alcancé a ver la sonrisa del hombre que acababa de depositar las monedas. Pensé que aquellas palabras habían sido producto de mi subconsciente, que no pasaba por su mejor momento. Al gran Cohen le siguió otro grande, Elvis Costello, y otro nombre de mujer: Alison. Esta vez le escuché con los ojos abiertos y comprobé que, cada vez que un hombre se le acercaba, interrumpía por unos segundos la canción para susurrar esas mismas palabras: “no se enamore”. La rapidez con la que las pronunciaba las hacía incomprensibles al oído de sus receptores, que parecían interpretarlas como un “gracias”  y respondían asintiendo con la cabeza. Me quedé para una tercera canción. Los primeros acordes sonaban a Nirvana. No recordaba que estos tuvieran ninguna canción con nombre de mujer y así era; se trataba de su versión de Where did you sleep last night? Esta vez fue un joven el que procedió a agradecerle aquella maravillosa interpretación con un billete de cinco euros; pude entonces escuchar con toda claridad un “no te enamores”. El muchacho, sorprendido, respondió con una corta y sonora carcajada. Esperé a que acabara la canción y entonces me acerqué. Le sonreía con mis ojos, con mi boca y, antes de que pudiera soltar mis monedas, me cerró la mano con fuerza y dijo: “No dejes que se enamoren de ti”. Me alejé deprisa, un poco aturdida; casi estaba en la Puerta del Sol cuando me percaté de que seguía con el puño cerrado; mi contribución a aquel improvisado concierto se había pegado a la palma de mi mano. Sin meditarlo mucho me metí en el primer locutorio que encontré y utilicé aquellas monedas para hacer la llamada que llevaba días queriendo hacer, desafiando así el consejo del viejo guitarrista.

domingo, 13 de mayo de 2012

Soledad en compañía

Foto: Marcos Bolaños
La paciencia es su gran virtud, aunque no siempre fue así; cuando era cachorro reclamaba tu atención a todas horas. Luego aprendió que ninguna de tus amantes le iba a hacer sombra. Ya había ganado tu amor y nunca lo traicionarías. Ahora anda un poco enfadado con ese nuevo móvil que te mantiene ausente incluso cuando estás junto a él. Si no estás hablando con alguien, andas deslizando tu dedo índice sobre su pantalla y apenas le miras a los ojos. Espera tu caricia pacientemente. Sabe que ningún contacto virtual puede competir con el contacto físico que él te ofrece. Y tú también lo sabes. Cuando sales de esa abducción digital, no hay nada que te guste más que tirarte al suelo y huir de sus besos en tu oreja. Es una huida ficticia. Das vueltas con él sobre el césped, o en el suelo de casa, y finges enojarte; él parece calcular sus fuerzas para no hacerte daño. Terminas exhausto y dejas que sus besos te alcancen finalmente. Esta tarde mirabas a esas minúsculas viviendas que hay frente al parque y pensabas en las vidas detrás de esas paredes. Cientos de hombres y mujeres con preocupaciones parecidas, miedos similares y un anhelo común: el contacto, físico o virtual. Sabes que por eso es tan importante la soledad. Disfrutas del silencio, del placer con tu propio cuerpo, de tus monólogos para después entregarte al ruido, al placer del otro, al diálogo. Lo has conseguido: disfrutas de la soledad en compañía.

lunes, 7 de mayo de 2012

Viviendo Recuerdos


Foto: María Brito
Se miraban a los ojos e inconscientemente grababan en sus retinas aquella mañana lluviosa de mayo. El paseo en barca había sido organizado la noche anterior desde sus WhatsApps  y ningún parte meteorológico les hizo cambiar de planes. La lluvia recién caída había espantado al violinista que cada domingo amenizaba a los remeros desde la orilla del lago. A ellos les bastaba con los acordes del agua batiendo contra su barca. Su inocencia les impedía predecir cualquier final. No eran capaces de intuir la monotonía, la mentira, el hastío. Sus neuronas sí lo sabían y por ello se esmeraban en retener el sonido del agua, el olor del champú de su pelo, el intercambio de sueños, el sabor a pepinillos en vinagre que juntos habían aprendido a saborear. Lo vivían y lo guardaban en ese espacio del cerebro donde iban acumulando los buenos recuerdos. Tirarían de ellos cuando los días nublados se tornaran de nuevo grises o cuando la lluvia volviera a resultarles molesta. La discreción les impediría compartir estos recuerdos con los amantes que llegarían más tarde. La mayoría de esas memorias se irían difuminando para ser sustituidas por otras; algunas se salvarían del olvido gracias a otro día gris, a otra lluvia, a otro pepinillo que les devolvería aquella mañana lluviosa de mayo y les arrancaría una sonrisa. Aquella era la clave: vivir con intensidad los recuerdos de mañana.