La paciencia es su
gran virtud, aunque no siempre fue así; cuando era cachorro reclamaba tu
atención a todas horas. Luego aprendió que ninguna de tus amantes le iba a hacer
sombra. Ya había ganado tu amor y nunca lo traicionarías. Ahora anda un poco enfadado
con ese nuevo móvil que te mantiene ausente incluso cuando estás junto a él.
Si no estás hablando con alguien, andas deslizando tu dedo índice sobre su
pantalla y apenas le miras a los ojos. Espera tu caricia pacientemente. Sabe
que ningún contacto virtual puede competir con el contacto físico que él te
ofrece. Y tú también lo sabes. Cuando sales de esa abducción digital, no hay
nada que te guste más que tirarte al suelo y huir de sus besos en tu oreja. Es
una huida ficticia. Das vueltas con él sobre el césped, o en el suelo de casa,
y finges enojarte; él parece calcular sus fuerzas para no hacerte daño. Terminas exhausto y dejas que sus besos te alcancen finalmente. Esta tarde mirabas a esas minúsculas
viviendas que hay frente al parque y pensabas en las vidas detrás de esas
paredes. Cientos de hombres y mujeres con preocupaciones parecidas, miedos similares
y un anhelo común: el contacto, físico o virtual. Sabes que por eso es
tan importante la soledad. Disfrutas del silencio, del placer con tu propio
cuerpo, de tus monólogos para después entregarte al ruido, al placer del otro,
al diálogo. Lo has conseguido: disfrutas de la soledad en compañía.