Foto: Todd Winters |
Le llevó tres
semanas darse cuenta de que no era tan sosegado como parecía; dos meses tardó
en comprobar que no era tan tolerante como alardeaba; cuatro en notar que los
preliminares sexuales le aburrían; pasaron seis meses antes de advertir que
criticaba películas que nunca había visto y casi nueve tardó en percatarse de que
carecía de sentido del humor. Aun así el día de su primer aniversario se empeñó
en sorprenderlo y le citó en el hotel más caro de la ciudad. Se tomó el día libre
y se fue a comprar ropa interior para la ocasión. Llegó al hotel una hora antes
de la acordada con él, se dio una ducha y se arregló el pelo con esmero;
utilizó la loción de cuerpo de siempre –no soportaba los perfumes artificiales-
y lo esperó. Recibió dos mensajes advirtiéndole de que se atrasaba por motivos
de trabajo. Estaba casi a punto de quedarse dormida cuando oyó que intentaban abrir la puerta; se incorporó, metió vientre y puso su mejor sonrisa.
Ahora no es capaz de recordar si le llegó a besar. En su mente solo quedó
grabado el hedor a sudor ácido del que ya se había percatado levemente en aquel
primer abrazo frente al lago. Le tomó de los hombros y, apartándolo medio metro, le aseguró que acababa de reparar en que no podía más.