Sé lo que estás
pensando y no me atrevo a escribirlo en alto. Si lo hago, dirán que escriben
mis pensamientos y no los tuyos. No vale esconderme detrás de tu mirada para
ponerle palabras a ese deseo que hoy ocultas bajo el agua. Miras al objetivo de
la cámara e intentas imaginar sus ojos detrás del visor, o mirando a la
fotografía que luego llegará a su ordenador. Quieres sentirte
deseada. No te importa desnudar tu cuerpo, pero te resistes a relajar la mirada
por temor a dejar tus sentimientos al desnudo. Aunque tu piel reacciona a la
temperatura del agua, hay una parte de ti que no sabe de fríos. Tímida dirás
que te sientes como una mujer con el agua al cuello. Risas mientras, impacientes, aguardan a que la escena más explícita tenga lugar. Está bien, lo escribiré al oído. Me concentraré en el
lector anónimo y dejaré que sea él/ella quien imagine dónde reposan tus manos, que adivine
dónde quieres que se detengan las suyas. Le pediré que no se acerque, que te
espere en las rocas, y que desde allí te mire salir del agua. Primero tus
hombros, luego tus pechos, tu vientre, tu pubis, tus piernas. Entonces les dejaré a solas.
"Get a room!” les gritó un
turista inglés que caminaba con su familia por el paseo marítimo. Ellos, bien por el
desconocimiento de esta lengua, o por lo enredados que andaban con las suyas
propias, ignoraron el imperativo. Yo les observaba desde hacía rato. Disimulaba
mirando al ocaso mientras que de soslayo intentaba comprobar si efectivamente
se trataba del padre de Alejandra, mi alumna mexicana de primero B, al que
había visto en un par de ocasiones a la salida del colegio. En las aulas de
primero de primaria no existen secretos. La historia de los papás de Alejandra
nos la contó ella misma en la clase de ciencias sociales. Hablábamos de los
distintos tipos de familia: las que tienen una mamá, las que tienen una mamá y
un papá, las que tienen dos papás. Alejandra levantó la mano para exponer la
suya. Desde que cumplió cinco años, nos dijo, tiene dos mamás y un papá: “Verá,
maestra, es que mi papá se enamoró de una amiga de mi mamá; al principio mi
mamá se enojó mucho y le botó de casa, pero mi mamá se quedó sin trabajo y le
dijo que volviera; ahora mi papá duerme con mi segunda mamá en la recámara
grande y mi mamá-mamá duerme conmigo en la chiquita; a veces hacen mucho ruido
cuando duermen y nos despiertan; entonces a mi mamá le da la alergia y no para
de sonarse; hay días que se levanta súper enojada y vuelve a pedirles que se
vayan, pero siempre vuelven.” Acabada la detallada exposición, les entregué los botes de
plastilina y cada uno comenzó a moldear a sus papás, mamás y hermanitos en
colores amarillos, verdes, azules, rojos y naranjas. Alejandra se apoderó del
azul oscuro. Por eso creo que tienen que ser ellos; son muy azul oscuro.
Palabras acaba de cumplir un año. Doce meses buscando términos que unas veces me ayudaran a
convertir en ficción alguna verdad y otras, haciendo el camino inverso, tratando de
convertir en verdadera alguna ficción. Ha sido un año de navegación sin
brújula, de ahí que en ocasiones nos hayamos perdido durante semanas. En mi
primer texto, Commuters, les conté cómo
nació mi interés por la escritura. Fue precisamente el escritor real al que
daba vida el personaje principal de ese relato, Santiago Gil, quien me animó a
hacer públicos mis primeros textos. No lo pensé demasiado (¡cómo si no!) y creé
este blog sin terminar de entender la razón que me empujaba a compartir mis Palabras. Meses más tarde, Rosa Montero en
su columna de El País me brindaba las suyas para Gustificar mi atrevimiento: "Para eso
se escribe, se pinta, se compone una sonata. Para escapar del encierro de
nuestra individualidad. Y para eso se lee, se va al cine, se escucha la música.
Para unirnos a los demás, para saber que no estamos solos."
Hoy, aprovechando este aniversario, quisiera compartir
con ustedes algunas de las curiosidades que las estadísticas de la plataforma
de este blog me ofrecen. Una de ellas es la “clave de búsqueda” más utilizada,
esa palabra que conduce a los internautas hasta este blog, y que no es otra que “abrazos”. A priori, puede parecer gratificante que un término tan afectuoso haya llevado
al aterrizaje de 623 personas (¿?) a uno de mis textos; la mala noticia es que
aterrizan en uno de los menos recomendables. Sin embargo, No se enamore, una de las cuatro historias que salvaría de este
primer año, no aparece en la lista de las diez entradas más leídas (¿mi gusto
no coincide con el de mis lectores?). Me cuesta interpretar también el reciente
interés de los alemanes (!!) por mi relato favorito, No respires, lo que la ha convertido en la tercera entrada más leída /visitada del año. Sí aparece en esa lista otra historia que superaría mi
criba, Mujer en la bañera (¿buscadores
de Antonio López cabreados?). Finalmente, Mimetismo,
uno de mis últimos textos que podría leer en alto sin avergonzarme, lo ha leído
apenas medio centenar de personas, aunque a mí me vale con que a Antonio Jiménez Paz y a otros ocho desconocidos
sospechosos les guste.
No puedo acabar esta entrada sin nombrar a los que
ilustran e inspiran mis palabras, esos fotógrafos profesionales que me fían generosamente
sus imágenes. Me ofrecen no solo inspiración, sino la tranquilidad de saber que
si mis textos no son del agrado del lector, al menos podrá recrear la vista con
sus obras: Marcos Bolaños, Alfonso Elvira, Joe C. Moreno y Todd Winters (mi gran inspirador), y
una gran pintora, Judit Paz. Hoy me estreno con otro grande, Tato Gonçalves. Hace unos días la osada que hay en mí recurrió a él
para pedirle otro abrazo, un abrazo dirigido a ustedes, lectores
conocidos y anónimos, y el sabio que hay en él me mandó abrazar al mar.
Un abrazo, marino, azul, cargado
de Palabras.
P.D. No, no me olvido. Gracias, Mar.
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Foto: María Brito |
Yo lo miro.
Él la mira.
Ella las mira.
Otro los miró.
Ellos se miraban.
Tú los miras.
¿Me miran?