domingo, 16 de diciembre de 2012

Primeras impresiones


Foto: Todd Winters
Le llevó tres semanas darse cuenta de que no era tan sosegado como parecía; dos meses tardó en comprobar que no era tan tolerante como alardeaba; cuatro en notar que los preliminares sexuales le aburrían; pasaron seis meses antes de advertir que criticaba películas que nunca había visto y casi nueve tardó en percatarse de que carecía de sentido del humor. Aun así el día de su primer aniversario se empeñó en sorprenderlo y le citó en el hotel más caro de la ciudad. Se tomó el día libre y se fue a comprar ropa interior para la ocasión. Llegó al hotel una hora antes de la acordada con él, se dio una ducha y se arregló el pelo con esmero; utilizó la loción de cuerpo de siempre –no soportaba los perfumes artificiales- y lo esperó. Recibió dos mensajes advirtiéndole de que se atrasaba por motivos de trabajo. Estaba casi a punto de quedarse dormida cuando oyó que intentaban abrir la puerta; se incorporó, metió vientre y puso su mejor sonrisa. Ahora no es capaz de recordar si le llegó a besar. En su mente solo quedó grabado el hedor a sudor ácido del que ya se había percatado levemente en aquel primer abrazo frente al lago. Le tomó de los hombros y, apartándolo medio metro, le aseguró que acababa de reparar en que no podía más.


sábado, 8 de diciembre de 2012

Preguntas sin hacer


Foto: Emiliano Brito


Ayer tarde encontré esta fotografía en un viejo álbum de mi padre. De inmediato su ausencia se hizo aún más palpable. De él heredé mi pasión por la fotografía; podíamos pasar horas enteras releyendo fotos de su infancia a orillas de Las Canteras, de sus años de actor en el viejo Cine Bahía, de los que pasamos en el entonces llamado "Sáhara Español", de nuestras vidas vividas. No recuerdo, sin embargo, habernos detenido nunca a releer esta imagen. Reconozco a Tuisi de otras muchas fotos familiares; él solía cuidarnos cuando mis padres tenían algún compromiso y es quien sujeta la mano de mi hermano. Confieso que tardé en percatarme de la presencia de ese niño blanco sonriente. Los rostros serios de los otros seis hombres me distrajeron. Y surgieron las preguntas: ¿Están serios o tristes? ¿Estaban cansados o asustados? ¿Quiénes eran y por qué mi padre quiso retratarles ese día? Me inquietan sus posturas rígidas y, especialmente, el gesto cabizbajo de quien lleva el traje saharaui. De estar mi padre, sé que me sacaría de estas dudas que hoy me incomodan. Me diría que el sol les estaba cegando, que acababan de descargar las cajas de El Correíllo que esa mañana había llegado al puerto de La Güera y que, seguramente, estaban cansados; se reiría de mi imaginación y me recordaría que su cámara Leica no tenía pantalla LSD con la que poder mostrarles la imagen y asegurarles que su espíritu no quedaba atrapado en aquella caja negra. Su risa me tranquiliza.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Sin voz

Foto: María Brito
Llevan meses esperando que les ponga voz; sus ropas veraniegas ya tienen olor a trastero. Recuerdo que unos minutos antes de retratarlas yo también estaba inmersa en una historia escrita por otro. Las observaba desde una hamaca puesta al servicio de los clientes en una terraza del parque berlinés de James-Simon, justo bajo los raíles de la estación de metro de Hackescher Markt -añadan, pues, el ruido ensordecedor de trenes frenando y acelerando-. Por la postura de la más joven, al principio pensé que se conocían entre sí; enseguida supe que su inclinación solo obedecía a un mero movimiento de girasol. Ha llegado diciembre y hoy las imagino en la misma postura, con un libro en su regazo, aunque es muy probable que ahora lean desde el sofá de sus casas y tengan una manta cubriéndoles las piernas. Las he hecho esperar meses para nada. Acabo de percatarme de que no podré ponerles voz; sus mentes andan ocupadas con palabras que no son suyas. Reconstruyen vidas ajenas que alguien inventó para ellas. Y no seré yo quien las saque de sus libros para hablarles de su soledad.